sábado, 11 de junio de 2011

6. La boda

 Se hizo el silencio en la sala nada más oír esa funesta noticia. Un silencio tan absoluto como la propia muerte, y que duró durante mucho rato, ya que la noticia fue muy difícil de procesar. Para toda aquella gente era muy difícil procesar tan pronto que un rey como Raimundo había muerto, de forma tan repentina. Sobre todo alguien como él, un rey como él. Encima en un momento como aquel.
-Ya sé que es difícil de asumir.-prosiguió la reina Dayana más tarde, rompiendo el silencio. Más de uno se estremeció, romper aquel silencio había sido como cortarlo como un cuchillo.-Mañana se empezará a prepararlo todo para el entierro, que se celebrará dentro de tres días.
 Las hijas de la reina Dayana se reunieron, aún demasiado horrorizadas para hablar o para decir algo. Les costaba muchísimo creer que su padre había muerto, que no iban a volver a verlo nunca jamás.
-Y por supuesto, como ustedes supondrán, yo me haré cargo de los deberes del reino hasta que la mayor de mis hijas se case. Y se acabó la fiesta, quiero que todos se vayan a sus casas y a sus aposentos. Yo trataré de dormir, pero no creo que pueda…-terminó la reina con voz débil, marchándose a sus aposentos con paso cansado, como si le costase demasiado moverse. O más bien como si se sintiese demasiado culpable.
 Entonces, en menos de diez minutos, la sala se quedó completamente vacía, convirtiendo una velada que había sido alegre en un lugar sombrío, de muerte…
 A la mañana siguiente la reina Dayana reunió a sus hijas, para concretar algunos detalles.
-El entierro, como ya os dije anteriormente, se celebrará en tres días. Quiero que guardemos luto durante algunos meses. Con tres meses será suficiente para vosotras. Yo guardaré luto durante un año.
-Madre, ¿qué le ha pasado a padre?-preguntó Bellatrix, quién estaba sentada al lado de su madre.
-Hija mía, vuestro padre se ha tenido que ir al cielo, Dios le llamó.
-¿Y eso por qué?
-Eso no lo sé, eso son cosas de Dios.-Dayana parecía más cansada que antes
“Eso, pregúntaselo a él” pensó Anne con amargura.
-Entonces, madre, ¿estáis segura de que podréis haceros cargo de todo?
-Sí, estoy preparada, al menos hasta que Adriana o Ginebra ocupen mi puesto-la reina Dayana había decidido hacía ya mucho tiempo que el trono sería para una de las dos, más concretamente para la que se casara primero. Ginebra no tenía la más remota idea de por qué tenían que ser las cosas así, de por qué le daban la posibilidad de reinar, aún cuando no era de las mayores.
 Pero la reina Dayana tenía la esperanza de que si Ginebra reinara quizás sentara la cabeza y seguiría sus pasos, tarde o temprano acabaría llegando a la misma conclusión a la que ella misma había llegado, por mucho que le pesase.
 Pero Ginebra era mucho más testaruda que su madre.
-Bueno, hijas, marchaos y cumplid con vuestros quehaceres, yo tengo mucho que hacer.-dijo la reina, levantándose y marchándose con Bellatrix de la mano…
-Me siento culpable-dijo Angélica, abatida.
-No fue vuestra culpa, Angélica. Vos no sabía que esto iba a pasar,  vuestro padre se habría sentido muy feliz de veros con Enrique-dijo Luna mientras se esforzaba con sacar un cubo lleno de agua del pozo.
-¡Pero estaba tan feliz! ¡Estaba tan alegre mientras que posiblemente en aquellos momentos a padre…!-Angélica comenzó a pasearse de un lado para otro, de un modo sospechosamente parecido a como lo había hecho Nereida el día anterior.
-Vuestro padre estará ahora con Dios, no creo que eso…-comenzó a decir Luna sacando el cubo, ya lleno de agua. Se agachó y comenzó a lavarse la cara.
-¡De todos modos me da la sensación de haber traído mala suerte! La alegría siempre atraer a la muerte, eso es lo que siempre he pensado.
-Eso después de leer a Schopenhauer, ¿no es así?-inquirió Luna, cogiendo otro cubo y metiéndolo en el pozo.
-Efectivamente. ¿Y a vos quién os ha enseñado a leer?
-Fuisteis vos, ¿no lo recordáis?-dijo la chica.-Cuando teníamos ocho años. Y os lo agradezco. A veces es bueno tener algo para leer después de tanta tarea, es un buen entretenimiento.-Y una buena forma de evasión.
-¡Ah, ya! Supongo que no lo recordaba…-Angélica iba a decir algo más, pero entonces oyó algo. Se levantó y miró a su alrededor.
-¿Habéis oído eso?
-¿El qué? Yo no he oído nada-Luna volvió a meter las manos en el primer cubo, y comenzó a juguetear un poco con el agua.
 Entonces se volvió a escuchar el mismo sonido. Luna se levantó también.
-Proviene del bosque. Quizás deberíamos volver.
-¡No! ¡Quiero saber lo que es!-Angélica comenzó a dirigirse hacia el bosque, sin preocuparse de si aquello era algo peligroso o no.
-¡No, espere! ¿Y si es algo peligroso!
-¡Pues me enfrentaré a ello!-Angélica echó a correr, seguida por Luna, y no paró hasta llegar al bosque.
-Veo algo…por allí.-señaló hacia una dirección y corrió hacia el claro del bosque. Allí se escondió tras un arbusto y se asomó para ver quién o qué era lo que había provocado aquel ruido.
  Pero no tuvo la ocasión de ver mucho. Sólo una sombra que iba a caballo y que se alejó rápidamente por el bosque. El único detalle con el que Angélica logró quedarse fue con que tenía el cabello rubio y una extraña marca en su brazo derecho.  Nada más.
-¡Tengo que avisar a mis hermanas! ¿Pero qué demonios estoy diciendo? ¡Tengo que avisar a todo el mundo! ¡Hay alguien en el castillo!-Angélica corrió hacia el castillo, y Luna trató de seguirla, pero se rindió al poco rato y siguió sacando agua del pozo, para proseguir con sus tareas. Luna era muy meticulosa a la hora de cumplir con sus quehaceres, no era como algunos de los campesinos que se quejaban de lo dura que era la vida. Ella, aunque no le gustase su trabajo, se esforzaba mucho por hacerlo bien, y eso le daba cierto sentido a su vida.
-¡Hermanas, hay alguien en…el…bosque…!-jadeó Angélica, tratando de recuperar el aliento.
-¿Quién?-preguntaron Elizabeth y Nereida, quienes en aquellos momentos estaban charlando en un rincón del castillo.
-No logré verle muy bien, pero…
-¿No sería uno de los campesinos? A veces se pasan por el bosque a cazar algo. –preguntó Elizabeth.
-¡No, no lo eran, porque yo los conozco bien a todos!  Lo único que vi de él es que era alto, rubio, y que llevaba una marca en el brazo. Un tatuaje muy raro, con forma de espirar y en el centro un dibujo ininteligible.
 Nereida pareció alarmarse ante aquella descripción.
-¿Viste de qué color era esa marca?
-Negra y…dorada…o quizás roja, no sé. Nereida, ¿qué os pasa?-Nereida se había puesto pálida, y parecía a punto de desmayarse.
-¿A mí? No, nada… ¡no me pasa nada, lo juro!-Nereida luchó por mantener la compostura, pero apenas lo logró. Se soltó de sus hermanas y salió corriendo hacia sus aposentos.
 Y al llegar allí se desmayó.
 -Aquí pasa algo muy raro…tenemos que interrogarla.-dijo Angélica.
-Me da la sensación de que tenéis razón, hermana-suspiró Angélica. –Aquí están pasando cosas muy raras…
-De acuerdo, lo haremos cuando se haya calmado un poco. Parecía a punto de desmayarse…
-¿Se puede saber qué estás haciendo?
-¿Qué otra cosa quieres que haga? Tenemos que enterrarlos, no podemos dejar ninguna huella de lo que hemos hecho.-dijo el hombre rubio.
-¡Pero tenemos que darles un entierro digno!-dijo otro hombre, de pelo castaño y ojos brillantes por el pánico. Estaba acurrucado en el suelo, y parecía no querer levantarse de allí nunca jamás.
-¿Un entierro digno? ¿Se puede saber qué me estás contando? Piénsalo bien, hermano. ¿De qué les va a servir un entierro si ellos no tienen ya…?
 Estaban en un lago oculto, en el que Nereida podía ver pocas cosas, a pesar de que ya estaba amaneciendo. Había una oscuridad tremenda en aquel lugar, como trocitos de irrealidad envolviéndola.
-¡NO LO DIGAS, POR FAVOR, NO LO DIGAS!-chilló Nereida, que estaba junto al hombre y se tapaba las orejas con las manos. Intentaba a duras penas calmar al hombre, pero ella misma estaba a punto de perder los nervios.
-Tienes razón-el hombre rubio sonrió macabramente.-Lo que tenemos que hacer es olvidar todo esto para siempre. Era un hombre joven, pero aquella sonrisa le hizo parecer demasiado viejo.  Y entonces cogió el saco y lo tiró al agua.
 Y Nereida y el otro hombre lo siguieron trastabillando…sintiéndose más perdidos que nunca.
-¡Aaa! –Nereida se despertó con algo de sudor en la frente y un miedo espantoso en su corazón. Menos mal, había sido un sueño… Y un sueño que había durado poco, pues estaba en la misma postura en la que se había quedado cuando se desmayó.
 Entonces alguien llamó a la puerta.
-¿Puedo pasar?-dijo una voz femenina. Parecía la voz de Angélica.
-Adelante.
 Su hermana entró y miró a Nereida con preocupación. Ésta le dirigió una sonrisa nerviosa.
-He venido para saber qué es lo que os pasa. Estamos muy preocupadas por vos. ¿Acaso conocéis a…ese hombre?
 Nereida se sentó en la cama y miró a Angélica con una expresión inescrutable.
-No, no lo conozco. A ese hombre lo conozco de mis pesadillas de infancia. Esa descripción que me disteis, ese tatuaje…eso forma parte de mis pesadillas. Esas que tiene todo el mundo a veces. Por eso me he asustado.
  Le dio varias explicaciones que tranquilizaron a Angélica. Y mientras bajaban, Nereida iba pensando sombríamente que prácticamente no le había mentido a su hermana, porque a ese hombre no le conocía.
  Ella había creído que lo conocía, pero no era así, ¡nunca fue así! Y ahora formaba parte de sus más oscuras pesadillas…
    Los tres meses que dije que debía de durar el luto de Raimundo pasaron rápidamente, más rápido de lo que yo pensaba. Logré hacerme con el control del reino, aunque me costó un poco al principio. Conseguí llevar las riendas del reino para mantenerlo en la prosperidad en la que mi esposo la había dejado, incluso conseguí llevarla más lejos, al menos durante muchos años. Y teniendo esos deberes bajo control me preocupé por el futuro de mis hijas.
 Quería ir buscándoles un esposo así que comencé a sopesar todas las opciones. Pasado el tiempo de luto comencé a citarme con familias nobles del extranjero, y me entrevisté con ellas sin que mis hijas lo supieran.  Guardé todas las opciones, con la intención de presentarles todas las opciones a mis hijas, para que pudiesen elegir entre ellas. Pero claro, eran las opciones que yo misma escogía. Otras no podían ser.
   Durante esos tres meses, y después, me di cuenta de que mis hijas guardaban secretos. A veces me abrumaba saber hasta qué punto habían cambiado, el cómo se hacían mayores. Algo se escondía tras cada una de ella, sobre todo en los casos de Nereida, de Ginebra, de Anne, de Elizabeth y de Inés.  Era más preocupante en los casos de Nereida y de Anne. Esta última por los inconvenientes de su nueva situación y el de Nereida por lo atormentada que parecía en las pocas veces que no era capaz de mantener la compostura.
  A veces, cuando me iba a mis aposentos, me quedaba un rato pensando en ello. Y antes de quedarme dormida tenía la sensación de que tarde o temprano sabría cuáles eran esos secretos. El tiempo me lo diría.
  Pero no me preocupaba demasiado por ello, ya que estaba convencida de que el futuro de mis hijas sería brillante, de todos modos.  Ya estaba segura de que Angélica sería la primera en casarse.
 En realidad, todos en el reino lo sospechábamos ya, Lo sospechábamos de tal forma que estábamos casi seguros de que Enrique vendría tarde o temprano a pedirme la mano de mi hija.
Y efectivamente, así fue.
 Por supuesto, esperó varios meses durante y después del luto. Pero a principios de mayo vino a verme, junto a Angélica y hablaron conmigo largo y tendido. Les di mi aprobación, por supuesto, ¡ambos parecían tan felices y tan enamorados! 
 Además, Enrique era un buen partido para mi hija.
 Así que la boda se quedó concretada para principios de julio, o quizás a finales de junio, todo dependía de cuando estuviesen listos todos los preparativos. No pusimos ninguna fecha concreta porque no quería que nadie se diese prisa o se pusiera a holgazanear. Quería que todo quedase perfecto.
 Y efectivamente así fue.  Muy pronto el reino estuvo listo para la boda.

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