miércoles, 22 de junio de 2011

15.¿Dónde está?

Desde aquella noche el tiempo comenzó a transcurrir muy lentamente. La vida seguía, la rutina continuaba con su curso normal, pero de alguna forma, sentían que el tiempo se había detenido. Era como si el aire fresco que le infundía vida a aquel reino se hubiese esfumado, dejando paso a una sempiterna que amenazaba con convertirse en otra cosa. Una tormenta, quizá.
 La reina Dayana y sus hijas recibieron varias cartas de Ginebra, en las que la muchacha expresaba su total y completa felicidad, y les hablaba de la gente que había conocido, o algo de la magia que había aprendido. Dayana se sentía algo aliviada ante esto, a pesar de que no era lo que deseaba para el futuro de su hija. Pero ahora era feliz, y eso era lo más importante. La aliviaba, a pesar de todo, por lo que pronto se sintió feliz por ella.
 Al igual que el resto de las hermanas de Ginebra. Aunque la echaban de menos, mucho de menos.
 -¡Adriana, tengo que hablar con vos!-dijo Nereida, entrando en el comedor, dónde la muchacha se estaba tomando una taza de té. Parecía como dormida, mientras bebía estaba medio hipnotizada, sumida en sus pensamientos.
-Decidme, Nereida.
-¿A quién preferís, al marqués de Lorbough o al conde de Tántara?-dijo con petulancia, sentándose enfrente de ella.
 Adriana estuvo a punto de dejar caer la taza de té de sus manos. Pero inmediatamente dijo:
-Al conde de Tántara, por supuesto. Es más cortés y educado conmigo, además, el marqués de Lorbough es un hombre muy rudo. Demasiado rudo para mí.
-Aparte de que el conde de Tántara es más hermoso.-dijo Nereida con el mismo tonillo de petulancia.
 Adriana se sonrojó violentamente al oír estas palabras, y tuvo que dejar la taza de té en la mesa para no dejarla caer. En aquel momento se moría de ganas de darle un cachete a su hermana.
-¿Se puede saber qué os pasa hoy? Esta actitud no es muy propia de vos.
-¿A mí? ¡Nada! Yo sólo quiero ayudaros, ya lo sabéis.-dijo Nereida, mordiéndose la lengua para no tener que echarse a reír.
-¿Ayudarme? Más bien tendría que ayudaros yo a vos, qué soy la mayor. A madre le gustaría que os decidierais pronto por un hombre…tenéis casi tantos pretendientes como Elizabeth, y no os gusta ninguno. ¡Ya es hora de que os decidáis!
-¡Es demasiado pronto! Aún no he…sopesado todas las opciones.-masculló Nereida, teniendo el repentino deseo de cambiar de tema.
-¿Demasiado pronto? Si esperáis un par de años más os quedaréis para vestir santos, yo misma me casaré muy pronto, de eso estoy segura. En cambio, vos…
-¡Tiempo al tiempo, hermana!-dijo Nereida, muy nerviosa.
-¿Tiempo al tiempo? La hora de decidir siempre llega, mi querida Nereida…-dijo Adriana cogiendo su taza de té y apurándola. –Además, a madre le gustaría mucho que os decidierais pronto por un esposo. Tenéis opciones muy buenas, la verdad.
 Nereida suspiró. La verdad es que eso era cierto, pero ella no deseaba casarse todavía. Tenía muchísimos pretendientes que le mandaban cartas de amor, o que bailaban con ella en las fiestas, pero Nereida no se sentía inclinada hacia ninguno de ellos. Sencillamente, no era capaz. Algunos le parecían hermosos, pero no era capaz de elegir a ninguno.
 Dos años atrás habría sido capaz de escoger pronto al hombre adecuado, hermoso, de buena posición económica y adecuado para ella. El amor poco importaba, pero Nereida hubiera sido feliz, pues la había educado para eso. 
 Aunque, desgraciadamente para ella, la situación había cambiado sobremanera. Ya no era capaz de olvidarse de él, era demasiado tarde para que pudiese seguir la senda que habían trazado para ella.
 Si se casaba, se pasaría todos los días de su vida pensando en él, no sería capaz de olvidarle jamás, y se sentiría culpable durante el resto de su vida. Si se casaba, estaba segura de que eso era lo que pasaría.
 Por eso prefería dejar las decisiones para más tarde.
-Deberíamos hablar de ese tema más tarde…-dijo Nereida, levantándose.-Me iré a mis aposentos para prepararme para el baile de esta noche…si subís pronto os puedo ayudar.
-Está bien.-dijo Adriana, cogiendo un pastel para comenzar a comérselo.
 Nereida subió hacia sus aposentos, con un montón de pensamientos arremolinándose en su cabeza…
  Julian llamó a la puerta de sus aposentos.
-Nereida, ¿estáis ahí? Me gustaría mucho hablar con vos.
-Adelante, Julian.-dijo Nereida, sentaba frente a su tocador. Su voz sonaba muy perezosa, lo que era señal de que pensaba echar a Julian de malas maneras muy pronto.
-Tenía que hablar con vos de algo muy importante…
-Decidme, Julian.-dijo Nereida con la misma voz perezosa, arreglándose el pelo con cuidado, haciéndose el moño que siempre se hacía para los bailes.
-Tengo una carta para vos…-Julian le dejó a la muchacha una carta encima de su tocador. Nereida la cogió y la leyó rápidamente.
…y se levantó apurada.
-¿Quién…os…ha…dado…esa…carta?-farfulló, tratando de no desmayarse, aunque sentía que se estaba poniendo muy pálida. Muy pero que muy pálida.
-Un criado con aspecto muy siniestro que se pasó por aquí la otra noche…me dio esta carta expresamente para vos…
-¿Seguro que no habéis manipulado nada de esa carta?-preguntó Nereida ipso facto.
-¡No! ¿Se puede saber en qué estáis pensando? ¿Acaso es que no confiáis en mí?-dijo Julian, con una sonrisa de picardía.
-No.
-Lo que pensaba. Pero no he hecho nada…si seguís las instrucciones de la carta lo podréis comprobar…si no queréis hacerme caso…es cosa vuestra, yo ya he cumplido con mi parte.-dijo Julian, acercándose a la puerta y saliendo de los aposentos de la princesa.
 Nereida se quedó allí de pie, mirando la puerta por dónde Julian acababa de salir. Se había quedado paralizada, sin saber qué hacer. Volvió a leer la carta, para cerciorarse de que lo que decía era cierto. Pero no sabía qué hacer.
 ¡Por supuesto que no sabía qué hacer!
 ¡Estaba tan confundida! Sabía muy bien de lo que era capaz de hacer Julian, pero de todos modos…el criado podría haber intimidado a Julian, o él habría dado con el modo de hacer que Julian no pudiese modificar la carta… ¿quién sabe? Nereida se estaba engañando un poco a sí misma, todo por el deseo de estar segura de que todo era cierto. Por lo que, al cabo de un rato, tomó una decisión.

 Así que arrugó la carta entre sus manos y la arrojó al fuego…
 La pequeña Bellatrix corrió para salir fuera del castillo, para pasear entre los jardines. Le gustaba mucho tirarse entre las flores, rodar entre ellas, tumbarse al sol y cerrar los ojos, para poder susurrar en voz baja sus poesías.
 Aquella tarde se sentó entre un montón de amapolas y se abrazó las rodillas. ¡Era tan hermoso el atardecer! Lleno de vida, pues a ella siempre le había gustado la noche. Le daba la sensación de que traía más vida que muerte.
 No sabía cómo lo sabía pero de hecho lo sentía, y demasiado bien.
 Bellatrix se tumbó entre las flores y cerró los ojos, sintiendo la brisa, el sol y agarrando entre sus manitas aquella caja que una vez había encontrado en el baile…
  Elizabeth se estaba arreglando en su propio tocador, sumida en sus pensamientos. ¿Qué es lo que pasaría si se casaba pronto? Tenía la sensación de estarse enamorando de un joven, aunque aún no estaba demasiado segura de ello.
 Por el momento, se dedicaba a ayudar a su prima Vic en su relación con Julian, si es que a eso se le podía llamar relación. A veces parecía una aventura, otras veces una relación. Elizabeth se sentía un poco como la Celestina, al ser la confidente y la protectora de esos amores secretos. Pero le encantaba, de todos modos.
 Dentro de poco se decidiría su propio destino. Pero… ¡En fin! ¡Qué sea lo que tenga que ser!
   Al anochecer, la joven Luna estaba de un lado para otro cumplimentando los preparativos para el baile. Era la que más trabajaba de todos los criados, además se sentía especialmente ilusionada aquella noche, aunque no estaba muy segura de por qué exactamente.
 Poco importaba, de todos modos. Tenía mucho por hacer, quizás demasiado.
 La reina Dayana se pasó por allí para ver trabajar a la joven criada. Sonrió, y luego dijo:
-Luna, parad un rato, por favor.
 Luna obedeció, e hizo una reverencia a la reina.
-Me gustaría que os vistierais con esto…quisiera que asistierais a la fiesta.
-¿Yo? Pero yo no puedo…mezclarme con aquellas gentes…
-No digo que hagáis eso. Pero os podéis poner lo que mejor tengáis y disfrutar de algunas cosas de la fiesta. Os lo merecéis después de tanto trabajo.-dijo Dayana. Le gustaba darles de vez en cuando un premio a sus criados más fieles. En resumen, a Luna, que era la mejor.
 -De acuerdo, majestad. Y muchísimas gracias.-Luna hizo una reverencia de agradecimiento.
-Ahora tendréis que ir a prepararos…la fiesta comenzará dentro de poco.
-Sí, señora.-dijo Luna, haciendo otra reverencia y marchándose hacia sus humildes aposentos.
 La reina Dayana sonrió, sintiéndose generosa aquel día. Muy pero que muy generosa…
 Aunque al final del día aquella sensación desaparecería. Más concretamente al final de la fiesta…
 Finalmente la noche llegó. El baile prometía ser muy bueno. Nereida fue la primera que bajó, a paso elegante y mirada distraída. Estaba muy bella, llevaba un vestido azul claro que resaltaba su belleza, y un moño con piedrecillas que brillaban sobremanera. Los adornos de su vestido eran muy exquisitos, lo que la hacía todavía más bella. Pero ella no se sentía así. No era consciente de su propia belleza.
  Adriana se sentía más bella que su hermana, su vestido rojo oscuro resaltaba la palidez de su piel, y su cabello pelirrojo estaba suelto, pero ondulado, lo que la  hacía hermosísima.
 Inés en cambio parecía estar muy distraída aquella noche, su vestido azul claro la hacía parecer un ángel, aunque un ángel distraído que hacía las cosas de un modo muy liviano, como si no fuera con ella, cosa de la que su familia tardó bastante en darse cuenta, por suerte para ella. Ella no deseaba que nadie le preguntase lo que le pasaba, no se encontraba de humor para contestar preguntar.
 En cambio, el resto de las hermanas llevaban unos vestidos blancos muy parecidos, cosa de un trato entre ellas. A Elizabeth le daba el aspecto de un ángel incluso más que a Inés, le daba mucha más belleza que a ella.
 Luna iba de un lado para otro en la fiesta, charlando alegremente con las damas de compañía de algunas invitadas, o algunas criadas que iban con ellas para ayudarlas con alguna u otra cosa. Estaba muy bonita, con su sencillo vestido de fiesta de color claro, por lo que a nadie le extrañó verla por allí. Es más, a nadie le importó que estuviese allí, por lo que Luna era muy feliz aquella noche. Feliz como nunca lo había sido en toda su vida.
 Nereida comenzó a bailar nada más llegar, recibió tres invitaciones y no tuvo más remedio que aceptar una de ellas y salir a la pista de baile, para moverse con su gracia habitual. Por supuesto, aquel era uno de sus muchos pretendientes, cosa que le agradaba y la incomodaba. Tenía pretendientes para dar y regalar, cosa que en el fondo la aburría un poco. Y le daba más excusas para aplazar el tiempo.
 El resto de las chicas encontró muy pronto alguien con quién bailar. Hasta Luna recibió una invitación para salir a bailar. Era de un joven que no era demasiado rico ni de clase demasiado alta, pero sí lo suficiente como para que Luna se sintiese halagada, por lo que lo hizo lo mejor que buenamente pudo.
 Dayana se paseó por la pista de baile, contemplándolo todo con algo de melancolía. Echaba de menos a su hija, quizás demasiado, y deseaba con todas sus fuerzas que estuviese allí, a pesar de que le alegraba que ahora fuese feliz.
 Se paseó entre los invitados, dando cordiales saludos y reverencias, para observarlos a todos mejor. Sus hijas parecían estar bien, pero ninguna se decidía todavía. Es probable que ella tuviese que darles un empujoncito de un momento a otro, pero por el momento prefería esperar. No sabía cuánto tiempo tendría que esperar, pero algo esperaría.
 Luego observó a Julian, que bailaba con Victoria. Suspiró. Había creído de veras que sería un buen partido para Nereida, pero al parecer ésta no hacía más que hacerle ascos. ¡Y ahora se lo llevaría Victoria! Su propia dama de compañía.
  Esto molestaba un poco a Dayana, a pesar de que apreciaba a Victoria mucho y de que se alegraba algo de que hubiese encontrado el amor. Julian sería bueno con ella.
 Aunque ahora que lo pensaba bien…si se fijaba una bien y reflexionaba, podría darse cuenta de que Julian no era el hombre adecuado para Nereida. No, señor, no lo era. Era imposible saber el por qué, pero había algo entre ellos que hacía imposible que pudiese surgir algo entre ellos, o de que Nereida pudiese encontrar la forma de ser feliz a su lado. Sí, señor, eso era misión imposible.
 “Menudo despilfarro” pensó Dayana, antes de ir a mirar a otra de sus hijas. Vio como Adriana reía con el conde de Tántara. Era un joven muy hermoso, sin duda, y de muy buena posición. Dayana había recibido algunas indirectas de que ese joven iría a pedirle la mano de su hija mayor, lo que la aliviaba. La pequeña ya se había casado, por lo que sería feliz si se casaba ahora la mayor. Después podría casarse Anne, luego Inés, después Yvette, más tarde Nereida…sería un orden adecuado, sin duda. Algo extraño, pero justo, la verdad.
 ¡Un momento! ¿Anne? La reina Dayana no se podía imaginar con quién se casaría Anne. Ella no moriría ni envejecería nunca, por lo que la única persona adecuada para casarse con ella sería uno que fuese como ella…debería ser uno de esos vampiros que se relatan en las historias de Drácula. Cruel, cierto, pero refinado, y que viviese en un lujoso castillo, y pudiese hacer feliz a su hija. Desgraciadamente, sólo aquello podría ser lo adecuado para Anne…
 A no ser qué encontrase a otro muchacho, se enamorara, y entonces ella…
 ¡Dios, qué difícil se estaba volviendo la situación! Decidió no pensar en eso ahora, y fue a tomarse una copa de vino.
 Entrecerró los ojos, poniendo una cara muy parecida a la de Adriana cuando bebía té, medio hipnotizada. Desde allí podía observar muy bien a Luna, que bailaba con un joven que no había visto antes.
 No se parecía demasiado a ninguno de sus distinguidos invitados, pero era hermoso, y algo pálido, más que su hija Elizabeth. Era muy grácil al bailar, y Luna parecía encantada. Iba a tener suerte y todo la chica ésa…desde luego tenía que ascenderla a dama de compañía, sólo así podía escapar de su actual posición social y encontrar un joven que la mereciera. Alguien como aquel, por ejemplo. Sin duda Luna se lo merecía.
 Aunque había algo en él, pero la reina Dayana no lograba dilucidar el qué. En fin, igual daba. Serían imaginaciones suyas, resultado de la copita que se estaba tomando, por lo que la dejó en su sitio, y se fue a charlar con algunos de sus diplomáticos. Sería algo más productivo que quedarse allí mirando a los demás, sin duda. Quizás era algo que le había pegado a la pequeña Bellatrix.
 Inés se sentía más distraída que nunca aquella noche, incluso a veces una extraña nebulosa la invadía, aunque ella no lograba dilucidar el por qué. De todos modos poco le importaba, lo único que ella deseba ahora era poder bailar, y olvidarse de los sueños que últimamente la atormentaban. Así que aceptó la invitación de un pelirrojo que la miraba con una sonrisa pícara, y que prometía ser una buena compañía.
 ¡Y no se equivocaba! Su conversación era tan tremendamente divertida…aquello la sacó un poco de su distracción perenne, pero no del todo. Sobre todo porque comenzó a pensar en él. Dios, qué confusa estaba. Tendría mucho en qué pensar después…
 Adriana estaba feliz, reía y bailaba con el conde de Tántara, pero de vez en cuando miraba de reojo a Nereida, quién charlaba o dirigía sonrisas frías a su acompañante, quién parecía embelesado con ella, aunque la muchacha no se sentía capaz de apreciarlo.
 Adriana suspiró. Justo lo que esperaba. Después del baile tendría que advertirle. O simplemente darle un pequeño empujoncito. Por ahora, lo único que hizo fue susurrarle algo al conde de Tántara, y echarse a reír ante su respuesta…
 Elizabeth estaba en una situación algo parecida a la de Nereida en cuanto a amores, pero ella hacía tiempo que había decidido superarlo, por lo que se esforzaba en encontrar a un hombre que la quisiese, y cuanto antes.
  Esta resolución estaba formada en parte por la certeza de que el hombre al que ella amaba estaba muerto. Y ella era fuerte, lo único que deseaba era superarlo…
 Nereida miró de un lado para otro, buscando el reloj que tenía que estar colgado en alguna parte de la sala. Disimuladamente, para que nadie se diese cuenta, pero por suerte lo encontró pronto. Y entonces, al ver la hora, supo que tenía que actuar.
 Abandonó las pistas de baile con la excusa de descansar un poco. Se hizo paso entre la gente, y con el sigilo de un gato, haciendo algunos movimientos de disimulo, salió de la sala del baile, sin que nadie, absolutamente nadie, se diese cuenta...
 Dayana dejó a los diplomáticos con los que estaba charlando, con la intención de reunir a sus hijas para decirles algo. Las buscó, pero entonces se dio cuenta de algo. Alguien faltaba.
 Buscó a esa persona por todas partes, pero no había señales de ella. Incluso por aquellos lugares por dónde sabía que estaría o debería estar. Y se alarmó. Entonces hizo algo que no se esperaba que haría, pero ella sabía que tenía que hacerlo.
 Reunió a sus hijas y a unos guardias en su despacho, y mirándolos con una mirada alarmada dijo:
-Luna ha desaparecido. ¡Tenemos que buscarla!

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