jueves, 9 de junio de 2011

4.Anne vuelve a casa.

Pasaron los días y la vida siguió con su alegre rutina de la vuelta a casa. Las chicas, a pesar de su preocupación, eran felices de volver a estar juntas de nuevo.
 Pero cuando pasó una semana recibieron una agradable sorpresa. Al atardecer, cuando el crepúsculo estaba a punto de finalizar.
 -¡Princesas! ¡Os estaba buscando!-dijo la joven Luna corriendo hacia las chicas, que estaban en las afueras del bosque, charlando alegremente.
-¿Qué es lo que pasa, Luna?-inquirió Inés, sorprendida.
-Tenéis que ir al vestíbulo. Alguien os está esperando. No puedo deciros quién, porque esa persona me ha dicho que es una sorpresa, pero sé que os va a agradar.
-¡Vaya!-exclamó Inés, sorprendida. Entonces todas se dirigieron al salón. Y allí, efectivamente, recibieron una agradable sorpresa.
-¡Anne!-gritó Bellatrix, llena de alegría. Corrió a abrazar a su hermana, quién la levantó en sus brazos con una dulce sonrisa. Se notaba que se alegraba de volver a casa.
 Las chicas, en cambio, estaban muy pero que muy sorprendidas. Se alegraron casi tanto como Bellatrix, pero nada más verla se quedaron paralizadas por el asombro. Anne había cambiado, y mucho. Quizá demasiado. Ni siquiera sabían cómo demonios la habían reconocido. Pero de hecho era ella.
 ¡Pero había cambiado tanto! Su piel, que antes era blanca, brillaba ahora con un blanco que se podía comparar al de la nieve o al de las nubes, un blanco precioso. Su cabello rubio resplandecía a la luz de las velas como si fuera el cabello de un ángel. Y sus rasgos…eso era lo que más había cambiado en ella. Se habían vuelto perfectos, no había ningún defecto que se le pudiera achacar, en su rostro se podía ver el talante de una diosa celestial. Pálida como la luna, hermosa como una diosa y con una mirada algo preocupada. Llevaba un vestido violeta que estaba algo gastado por el uso, como si hubiese estado sometido a demasiadas vueltas. Y el color de sus ojos había cambiado. Antes eran de un azul límpido como el cielo. Ahora eran negros como la noche que se aproximaba.
  A pesar de todos esos cambios, la reconocieron. Era ella.
 Cuando Anne bajó a su hermana al suelo miró a sus hermanas, y les dirigió una sonrisa nerviosa.
-Hermanas…soy yo. Estoy aquí.
 Las chicas se miraron las unas a las otras, sin saber qué hacer al principio. Luego Ginebra se adelantó y le dio un abrazo a Anne.
-Nos alegramos mucho de que estés de vuelta. Perdona, es que nos ha sorprendido verte…así, ¿qué te ha pasado?
  Todas las hermanas abrazaron a Anne al ver que Ginebra lo hacía, pero la miraron con cautela, preguntándose qué es lo que habría pasado.
-Bueno…es muy difícil de explicar. No me quiero imaginar lo que dirá madre cuando me vea.
-Se va a sorprender, desde luego-dijo Nereida.- ¿No te habrás bañado en la Fuente de la Eterna Belleza?
Anne soltó una breve risita.
-Es una historia un poco rara, hermanas mías. No sé si me vais a creer cuando os lo cuente…-se lo pensó durante unos instantes, hasta que finalmente dijo-Bah, será mejor que os lo muestre-dijo finalmente.-Pero por favor no os asustéis, jamás os haría daño a ninguna de vosotras.
 Anne miró de un lado para otro, como buscando el modo de demostrar lo que acababa de decir. No había nadie aparte de sus hermanas y de luna por los alrededores. Así que cogió una cogita de música que había cerca y con sus manos la hizo polvo.
-¡Uau!-susurró Luna a lo lejos, completamente fascinada, mientras las demás retrocedían sorprendidas. De todos modos aquello no era suficiente para demostrar lo que le había pasado así que hizo algo más radical. Cogió una bolsa de sangre que llevaba en su ridículo y se la bebió de un trago. Luego le mostró a sus hermanas los colmillos, manchados de sangre.
 Todas gritaron de puro susto, no pudieron evitarlo de tal que fue su sorpresa.  Pero después Nereida las hizo callar a todas. No convenía armar jaleo en aquel momento, pues ella sabía que podía ser peligroso para todas.
-¡Callaos todas! ¡Anne…! ¿Eres un vampiro? ¿De veras te han convertido en una chupasangre?
-Ya has visto mis colmillos. No podía demostrároslo de otra forma, no quería que me vierais matar. ¡Pero no os preocupéis, no pienso haceros daño! Jamás os haría daño.
-¿Pero cómo ocurrió? ¿Y cuándo?
 -Fue hace un año. Pero eso es una larga historia, que os contaré luego si es posible. He venido para ver si es posible quedarme, a pesar del…cambio.
-Si eres capaz de controlarte y de no matarnos a nosotras ni a nadie del castillo no veo por qué no te puedes quedar-todas las hermanas miraron a Nereida sorprendidas, pero ésta prosiguió-además, aquí no te han visto desde hace mucho, así que no se darán cuenta de lo que eres…-Nereida no se veía capaz de decir la palabra “vampiro”
-Ya os lo he dicho. Puedo matar a quién yo quiera, y no quiero haceros daño.-y entonces todas perdieron el miedo y volvieron a confiar en Anne plenamente. Cada una de sus palabras estaba impregnada de una sinceridad que era sencillamente irrefutable.
   Y todas la abrazaron con entusiasmo, dando chillidos de alegría, de tal forma que alertaron a unos cuantos criados y a la mismísima reina Dayana, quien llegó de inmediato para comprobar a qué se debía tanto barullo.
 La reina entrecerró los ojos, tratando de reconocer a la recién llegada. Entonces sonrió ampliamente y exclamó:
-¡Anne, hija mía! ¡Cuánto me alegra de qué hayáis vuelto!-y la abrazó también. Pero luego se apartó y la miró sorprendida.
-Anne, hija mía, estáis muy fría…debéis de haber pasado mucho frío-le diré a Luna que os prepare un baño caliente.-Entonces se marchó con Luna.
 Pero luego regresó a sus aposentos y se llevó una mano al pecho, respirando agitadamente. Dios santo, ¿qué le había pasado a su hija? Estaba muy cambiada…demasiado. Poca gente del castillo notaría nada raro en ese cambio, ya que el “viaje espiritual” había durado dos años, aparte de en los ojos, tan azules antes.
 Pero Dayana había visto a la primera aquello en lo que su hija se había convertido. No era la primera vez que veía vampiros, a pesar de todo. Anne estaba mucho más hermosa que antes…pero era más peligrosa. ¿Y si Raimundo se daba cuenta?
 Bueno, poco importaba que se dieran cuenta en el fondo, al menos por el bien de ella, ya que siendo un vampiro podía masacrarlos a todos fácilmente y marcharse de allí por patas. Pero el honor de la reina y del resto de sus hijas podía quedar dañado. Para siempre.
 Tenía que hablar con Anne, ahora.
-Princesa Anne, la reina quiere veros en el despacho del rey ahora. Necesita hablar con vos de forma urgente.
  Anne no se sorprendió. Subió al despacho de su padre y miró a la reina con ojos insondable.
-¿Me habéis llamado, madre?
-Quería hablar con vos de forma urgente.-se sentó en una silla y la miró preocupada.-Hija, ¿Cómo os fue ese viaje espiritual?
-No muy bien. Al final las cosas no salieron como esperábamos. No encontré a Dios. Ni creo que lo encuentre nunca.-dijo la muchacha mirando un momento por la ventana.
 Dayana miró de nuevo a su hija de arriba abajo y suspiró.
-Hija mía, sé lo que sois. En lo que os habéis convertido.
  Anne pareció sorprendida, pero antes de que pudiese decir nada la reina la interrumpió.
-No es la primera vez que veo vampiros, hija mía. Cuando era joven vimos varios por aquí, en un pueblecito en el que masacraron a la gente. Lo vi con mis propios ojos…pero vos sois mi hija… ¿qué fue lo que os pasó?
 Anne se sentó y juntó las manos.
-Madre, es una historia muy larga. Y dolorosa-Sobre todo había sido eso, dolorosa. Por lo menos en el momento de su conversión.
-No os preocupéis, tengo tiempo. Y vos más todavía.-Dayana sonrió débilmente. Si algo bueno se le podía sacar a lo que le había pasado a su hija, era la eternidad. No moriría nunca, se mantendría joven y bella para siempre.
-Está bien. Os lo contaré.
 No le contó toda la verdad. No se atrevía a hacerlo porque a decir verdad esa historia era mucho más cruel y aterradora de lo que cualquier miembro de su familia se pudiese imaginar. Pero le contó una parte. Le contó que la secuestraron, que un vampiro se interesó por ella y la convirtió, pero que ella regresó para volver a casa con su familia.
 Y finalmente Dayana dijo:
-Hija mía, espero que no tengas problemas en quedarte, queremos que a pesar de todo lo que ha pasado sigas aquí. Estoy segura de que no le harás daño a nadie. Pero por favor, que nadie en este castillo se entere de lo que eres. Nos podríamos meter todos en problemas, y lo sabes. De todos modos, no creo que nadie, y menos vuestro padre, se dé cuenta.
-De acuerdo, madre-dijo Anne, antes de marcharse a buscar a sus hermanas.
 Luna la siguió, y la atendió en todo lo que pudo en su vuelta a casa. Nunca lo admitiría, pero sentía una cierta fascinación por aquella muchacha. Sentía algo de envidia incluso. Anne lo notaba, pero ya estaba acostumbrada a esas cosas.
    Más tarde, casi al caer la medianoche, les contó a sus hermanas toda la historia:
  Todo comenzó poco antes de que saliésemos a hacer el viaje espiritual que habían planeado para mí. Yo estaba muy ilusionada, al fin iba a poder encontrar mi fe de nuevo. Pero no tenía ni idea de lo cerca que estaba de perderla para siempre.
 Más que perderla, de condenarme. Porque para alguien como yo no es bueno creer en Dios, y mucho menos en el demonio.
 Pero a lo que iba. El día antes de irme un grupo de vampiros arrasó con el internado. Un grupo de vampiros que no tenían nada de salvajes. Todo lo contrario, arrasaron ese sitio de una forma muy sofisticada y elegante, de tal forma que casi era fascinante.
 Se notaba que eran todos unos expertos a la hora de matar, de tal forma que mataban como les daba la real gana, jugando con sus víctimas primero. Nos dejaron con vida a unas cuantas chicas, y nos llevaron de allí para servirles de desayuno más tarde.
Viajamos durante muchos días, en unas condiciones espantosas. Yo cogí la fiebre tifoidea, y estuve a punto de morir.
 Pero tuve la suerte de que uno de esos vampiros se fijase en mí. Un hombre de pelo negro y ojos muy vivaces, a quién le parecí deliciosa, según palabras suyas. Pero tuvo compasión de mí.
-Eres una criatura muy frágil…pareces la más frágil de todas. Me da pena matarte, voy a darte la oportunidad de elegir. Si quieres puedo convertirte en uno de los nuestros y vivir para siempre. Pero si no quieres convertirte en una asesina dímelo ahora y acabaré contigo tan rápidamente que ni siquiera te darás cuenta.
 Me lo pensé durante bastante rato, mientras él me miraba fijamente. Y entonces le dije que sí, que me convirtiera. Le temía a la muerte, y en aquellos momentos me encontraba tan mal que estaba dispuesta a hacer lo que fuera para apaciguar el dolor.
  No sé, hermanas, pero quizás en el fondo es lo que deseaba. ¿Acaso la eternidad no es algo que todos deseamos? Sí, a pesar de todo, incluso a pesar de tener que matar, y de todo lo que ello conlleva.
 Así que me convirtió. Fui la única de ese grupo de chicas a la que se le permitió elegir. La conversión fue horrible, lo único que recuerdo es que me dolía mucho, mucho…el dolor era infernal, incluso llegué a creer que estaba en el mismísimo infierno.
 Y cuando vi en lo que me había convertido, me sentí rara. Algo así como…ajena a mí misma. Ni bien ni mal. Viví con esos vampiros durante un año, viviendo como ellos, pero no pude quedarme con ellos durante más tiempo, echaba demasiado de menos a mi familia así que…aquí estoy, hermanas mías. A madre le he contado parte de la verdad, pero a vosotras os la cuento toda.
 Anne le había contado a sus hermanas mucho más que a su madre, pero tampoco les había contado toda la verdad. No pensaba hacerlo, de todos modos. Con lo que sabían era más que suficiente.
 Así que después le contaron las nuevas de palacio, y expresó la misma preocupación por su padre que sus hermanas.
-Ya vi algo mientras regresaba. Pero creo que la situación es más grave de lo que parece. Espero que a padre no le pase nada malo.
-¡Entonces…!-empezó a decir Ginebra, pero Inés le hizo callar la boca. Sabía muy bien lo que iba a decir, y no iban a permitírselo, al menos no de momento.
-Deberíamos irnos a la cama.-dijo Nereida-Es ya muy tarde.
 Tras contarse varias cosas más se marcharon a sus respectivos aposentos. Anne sintió añoranza al ver sus aposentos, apenas los recordaba, pero al verlos de nuevo se sintió mejor. Estaba en casa, la aceptaban tal como era. Eso siempre y cuando nadie más supiese la verdad, por supuesto. Así que Anne era muy feliz. Podía seguir con su vida, tomando unas cuantas precauciones, por supuesto, como no salir por el día y fingir que comía.
 Entonces, cuando se dio cuenta de que todos en el castillo dormían sonrió y recorrió el castillo de arriba abajo, recordando cada detalle, tratando de rescatar sus recuerdos, que se perdían en una neblina misteriosa que amenazaba continuamente sus recuerdos humanos.
 Luego se llevó una mano a su blanca garganta. Sonrió misteriosamente y salió a cazar baji la luz de la luna, amparada por la noche. 



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