viernes, 17 de junio de 2011

12.Esto no tiene nombre.

 -¡Ginebra!-Nereida se agachó junto a su hermana, tratando de levantarla-¿Estáis bien?
 Ginebra trató de levantarse, pero no pudo. Aquel frío helador que la había invadido de repente iba yendo a más. Era algo parecido a cuanto se había transformado, sólo que esta vez era al revés.
 La primera vez había sentido calor, en aquellos momentos lo que sentía era un hielo abrasador que la congelaba sobremanera.
-No sé lo que me pasa…me duele mucho…
-Tengo que pedir ayuda…-¡ANNE! ¡ANNE!-gritó Nereida. Estaba segura de que por aquellos alrededores no la oía nadie más que algunos campesinos. Pero estaba segura de que su hermana la oiría.
 Y efectivamente, así fue. Ginebra habría protestado, pero en aquellos momentos se encontraba demasiado débil y dolorida como para decir palabra. El dolor la agarraba, tiraba de ella hacía alguna parte. Pero no estaba muy segura de hacia dónde.
-¿Se puede saber qué está pasando aquí?-Anne se acercó a las dos muchachas, y cuando vio a Ginebra en ese estado se sorprendió sobremanera.
-¡No entiendo nada!
-¡Pues esperaba que fuerais vos quién me dijeseis qué es lo que le pasa, ya que tenéis experiencia en esto!-exclamó Nereida, mientras trataba de levantar a su hermana para llevarla de vuelta al castillo.
-Esperad un momento…Ginebra, ¿qué os pasa, cómo os sentís?
-Tengo frío. Tengo demasiado frío.-murmuró la muchacha entre dientes, dolorida.-Es igual que cuando me transformé, sólo que antes era fuego. Ahora es hielo.
-¿Qué? Nunca me habían dicho que nos pudiese pasar algo así, ¡me dijeron que no nos podía atacar ninguna enfermedad!-exclamó Anne, mientras ayudaba a Nereida (de un modo mucho más rápido) a llevar a Ginebra de regreso al palacio.
 Las dos muchachas se las arreglaron para llevar a Ginebra a sus aposentos. Por suerte Ginebra no hizo ningún ruido, se sentía demasiado débil, a veces soltaba algún gemido, pero nada más. No entendía lo que le pasaba y aquello la asustaba muchísimo. ¿Qué le estaría pasando? ¿Se estaría muriendo? ¡Ojalá que no fuese así! Aunque teniendo en cuenta lo que le había pasado, era lo más probable.
-¡Anne, tenemos que hacer algo!
-¡Lo sé, pero no sé el qué!
 En aquel momento no había casi nadie en palacio, aparte de unos pocos criados y unos cuantos soldados. Julian también rondaba por el reino, pero no había nadie más por allí. La reina Dayana y el resto de sus hijas se hallaban fuera del reino,  en un viaje urgente, relacionado con la búsqueda de Ginebra.
 Así que pasaron varias horas, y las chicas no lograron hacer nada, absolutamente nada. Se comenzaron a desesperar, cuando vieron que Ginebra estaba cambiando.
 Más que cambiar, estaba…volviendo a la normalidad.
-¿Qué demonios…?-masculló Anne. -¡No entiendo nada!
 Su piel estaba perdiendo la palidez, volvía a ser poco a poco tan sonrosada como siempre, y sus ojos estaban recuperando el castaño habitual. Hasta que en unas pocas horas, volvió a ser la chica que era antes. Y se quedó profundamente dormida.
-No me lo puedo creer…-murmuró Nereida, agachándose para poner una mano en la frente de su hermana.-No parece que tenga fiebre, de todos modos…-se levantó y se asomó por la puerta de los aposentos. -¡Luna!-gritó.
-¿Sí, princesa Nereida?-preguntó la chica, llegando de las cocinas.
-Quiero que le preparéis la comida a la princesa Ginebra…sí, la hemos encontrado…había sido…secuestrada por unos bandidos, pero Julian la rescató-Nereida odiaba tener que decir una mentira como esa, pero desgraciadamente ésa era la única excusa que se le ocurrió. Luego tendría que hablar con él, y tenía un presentimiento bastante malo acerca de lo que el muchacho diría.-y que aviséis a la reina que Ginebra ya está aquí. Está bien.
-¡Enseguida!-Luna salió corriendo para cumplir las órdenes de Nereida. Anne suspiró.
-Tengo que admitir que ésa es la única mentira que colará, hermana.
-Lo sé…Ginebra parece estar bien…muy bien.
-No entiendo lo que ha pasado. Pero Nereida, os juro que pienso averiguarlo. Es posible que así encuentre alguna posibilidad de salvarme…-Anne se sentía muy confundida, no tenía ni idea de cómo había pasado semejante cosa, pero aquello le había dado esperanzas. Oía el latido del corazón de Ginebra, cosa que indicaba que estaba bien y que se despertaría, así que quizás hubiese alguna posibilidad de que ella pudiese volver a ser humana…
 Aunque tampoco es que estuviese muy segura de si era aquello lo que quería.
-Esto…princesas, no entiendo nada…-dijo Julian asomándose por la puerta de los aposentos. –Luna va diciendo por ahí que yo he rescatado a Ginebra de unos bandidos, cuando yo no… ¡oh!- Julian se acercó a la cama al ver a Ginebra profundamente dormida. -¿Había algún doble mío por allí por casualidad? ¿O quizás…?-Julian se calló la boca antes de decir  lo que había estado a punto de decir. Había una única persona con quién podía confundirle, y no le hacía la más mínima gracia pensar en ello, la verdad.
-Vos la habéis rescatado, al menos eso es lo que iréis diciendo por ahí. Más os vale seguirnos la corriente, si no queréis meteros en un buen lío.
-¿Qué demonios? ¿Y eso por qué?
-¿Qué deseáis por callaros la boquita?-Nereida se acercó a Julian y le agarró por las solapas. Anne se mantuvo alerta, preparada para actuar si fuese necesario.
 Julian sonrió. Le encantaban aquellas situaciones, y más todavía cuando estaba Nereida de por medio.
-Pues…dejadme pensar…-Julian cogió a Nereida de las manos y acercó su cara a la suya.-Pues, quiero…-a Anne se le escapó un gruñido vampírico, aquello no le gustaba nada. Si llegaba a decirle delante de ella lo que creía que iba a decirle, se metería en problemas.
-Pues…-continuó Julian.- quiero que me des aquello que Dick te dio cuando…
-¿Te refieres a aquella reliquia?-le interrumpió Nereida. No quería entrar en detalles delante de Anne, quién la miró suspicaz. Pero Julian asintió.
-De acuerdo…aunque me moleste id a por él. Está en la cuadra. Id a por él. ¡Pero cumplid con vuestro trato!
-No os preocupéis. Yo cumplo con mis promesas, vos sabéis eso de sobra.-Julian se giró y se marchó, probablemente de camino a aquellas cuadras.
 Cuando se marchó, vio que Anne la miraba de una forma muy extraña.
-¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué me miráis así?
-Eso es lo que tendría que preguntaros yo, hermana. Estáis muy rara desde que regresasteis a casa, todos lo notan, hasta madre. Guardáis un secreto, algo muy gordo, de eso estoy completamente segura…
-¡Eso es ridículo, yo o guardo ningún secreto!-dijo Nereida con una voz muy firme y convincente. Pero Anne siguió mirando a su hermana muy seria.
-A mí no me la dais con queso. Si voz no me lo decís se lo preguntaré a Julian, estoy segura de que él me lo dirá.-Y efectivamente Anne estaba segura de ello. Si se resistía ella sabía muy bien cómo convencerle.
 Nereida lo sabía, y por eso se asustó. Pero no lo demostró, aunque Anne lo notó perfectamente.
-No guardo ningún secreto…-repitió, como si estuviese tratando de convencerse a sí misma, no guardo ningún secreto… ¡lo juro!-entonces salió de allí de regreso a sus aposentos, tratando de no sentirse invadida otra vez por sus recuerdos.
 Anne suspiró, pero se juró que lograría hacer que su hermana cantara. Sabía cómo, pero en aquel momento tenía otras prioridades.
 Ginebra Castillo Dalma gimió en sueños. Luego, poco a poco, abrió los ojos…

 -¡NO!-gritó el hombre.
 Tuvo que ver con sus propios ojos cómo caía su último aliado al suelo, muerto. A su alrededor había un montón de cadáveres cubiertos de sangre. Y otro hombre le miraba salvajemente, con una espada manchaba de sangre en la mano.
-Ha sido demasiado fácil…-dijo el hombre.-No tenéis nada que hacer contra mí.
-Eso ya lo veremos.-el joven sacó la espada y arremetió contra el hombre de la mirada salvaje, a quién le costó mucho esquivarle, pero cuya espada chocó contra la de él.
-Sois demasiado joven e ingenuo. No tenéis ni idea de lo que es la vida.
-Me basta con saber el modo adecuado de mataros.-replicó el joven mientras tiraba al hombre al suelo y le hacía un corte en el pecho. Si no le hubiese esquivado a tiempo, lo había matado sin ninguna duda. Y efectivamente, tenía razón en lo que había dicho. Ya apenas recordaba lo que era la vida. Ahora lo único que sabía era de muerte, de miedo, de dolor, de oscuridad, y sobre todo, de guerra.
-Algún día caeréis… no podéis estar huyendo para siempre, algún día os atraparán, y caeréis. Si no os mato yo lo hará otro. No sois más que un simple muggle.
-Mira quién fue a hablar.-masculló el joven, esquivando una fuerte arremetida, que de todos modos le dio un buen corte en el brazo. Se esforzaba por darle a su atacante en un ataque frontal, ya que el factor sorpresa no era precisamente su punto fuerte.
-Las mentiras no podrán protegerte durante demasiado tiempo. Al final caerás.-finalmente el hombre acorraló al joven contra un árbol y sonrió malévolamente. Parecía un cadáver, con su palidez tan enfermiza y su mirada salvaje.
-Cuando tienes motivos para vivir, es imposible caer.-respondió Dick, empujando con su espada al hombre, que cayó en una de las tumbas abiertas.
-¿Motivos para vivir? Nunca debisteis haber dicho eso…¡Nunca debisteis haberlo hecho! Puede que sea vuestra perdición…
-Eso si se llega a enterar alguien…-dicho esto, el joven le clavó al hombre la espada en el corazón, en una arremetida demasiado rápida.
 El hombre cayó al suelo, muerto, tal como lo había hecho anteriormente el amigo del joven. Perfecto, había logrado su venganza. El joven sonrió y se marchó de allí, dispuesto a encontrar el camino de vuelta…
  Nereida se despertó, sintiendo un dolor de cabeza muy extraño. Aquellos sueños ya se estaban repitiendo demasiado. Aunque nunca soñaba con lo mismo, cada vez que soñaba con él estaba en una situación muy distinta. ¡Era algo tan extraño! Por lo que la pobre se temía que quizás fuesen predicciones de futuro, o incluso algo que ya había pasado.   Pero por lo menos, sabría que él, por ahora, estaba bien.
Al menos por ahora…
 A la mañana siguiente, Jean Baptiste fue a buscar a Nereida para que ambos fuesen a dar un paseo. Al principio Nereida se sintió un poco recelosa, pero luego decidió que sería lo adecuado. Tenía que enfrentarse a la verdad.
-Siento mucho haber reaccionado tan mal antes…es que…me sorprendió mucho la noticia.
-No os preocupéis hija. Es normal, para algo como esto…-a Jean no le extrañaba, por supuesto, aunque aún le costaba un poco eso de acostumbrarse a considerar a Nereida como su hija. A ella le costaba más todavía, aunque tenía que reconocer que se parecía más a él que a cualquier otro miembro de su familia. Tal vez entonces las cosas llegaran a salir bien, y lograba cogerle cariño a ese hombre, a su padre.
-Madre debería haberlo dicho antes…-dijo Nereida, mientras le daba un poco de prisa a su caballo, para que  cabalgase un poco más rápido.
-Opino lo mismo, pero más vale tarde que nunca, Nereida.-dijo Jean con convicción. Eso era cierto, pensó Nereida. Más valía tarde que nunca, eso era mejor que estar atrapado en aquello que era real e irrevocable, eso lo sabía ella por propia experiencia.
  Los dos estuvieron charlando durante un buen rato de cosas banales, mientras iban a caballo por el reino. Más que nada para conocerse mejor. A su padre y a ella le gustaban mucho los caballos, y algunas cosas más como el té blanco y la comida fina. Jean constató satisfecho lo buen educada que estaba su hija. Por lo menos Dayana había hecho un buen trabajo, estaba seguro de que a Nereida le esperaba un gran futuro. Sobre todo porque Nereida hablaba muy bien francés.
 Bien es cierto que la conversación fue un poco fría, pero eso se debía a que aún les costaba a los acostumbrarse a esa situación, aunque por suerte lo harían con el tiempo.
 Jean estaba completamente seguro de poder cumplir la promesa que le había hecho a Dayana. Protegería a su hija lo mejor que pudiera.
 Nereida sabía de esa promesa, porque él mismo se la había contado. Entonces sintió más simpatía por él. Cuando se despidieron, la joven supo que se acabaría llevando muy bien con él, lo cual aliviaba un poco el peso de su sorpresa y dolor. 
 Le hacía incluso un poquito feliz.
  Mientras tanto, Bellatrix escribía un poema, tumbada en el valle de flores junto a la joven Luna, que en aquel momento cuidaba de ella:
  La vida es como una flor,
Frágil y hermosa,
Poco a poco se va marchitando
Entre secretos y errores cometidos,
Para dirigirse a un para siempre…

No hay comentarios:

Publicar un comentario