viernes, 10 de junio de 2011

5. La noche del baile

La pequeña Bellatrix cerró las cortinas de sus aposentos, agarrando su muñeca con fuerza. Acababa de desayunar y no sabía demasiado bien lo que hacer. Ahora mismo no tenía que estudiar, y tampoco tenía ganas de hacer un poema, o de jugar con muñeca.
 Sin duda la niña tenía hoy el día tonto.
 Así que decidió buscar a su hermana Anne. Hacía mucho que no la veía, y ella era todavía muy pequeña, pero la recordaba perfectamente y la había echado mucho de menos. Así que corrió a buscarla.
  La encontró en la biblioteca, buscando algo en unos libros enormes.
-¡Hola, hermanita!
-¡Bellatrix, pequeña!-Anne se apresuró a limpiarse algo de la boca antes de levantarse a abrazar a su hermana pequeña.- ¿Qué tal os encontráis hoy?
-Aburrida. ¿Salimos a dar un paseo?
-Si quieres podemos dar un paseo a caballo por el bosque. Si madre nos deja, podría enseñarte a montar a caballo.
-¡Bien!-la niña dio un saltito de alegría. Hacía ya tiempo que deseaba aprender a montar. Y si la que le enseñaba era su hermanita Anne, ¡pues mejor todavía! Anne sonrió encantada ante la alegría de la niña. A decir verdad ella misma hubiese preferido salir a pasear por el prado, allí se estaba muy bien con los caballos, y había mucho más espacio para saltar y para hacer todo tipo de acrobacias. Pero en su nueva condición no podía salir a la luz del sol, al menos no ante la vista de la gente.
 A decir verdad, el sol no le podía hacer daño, no se consumiría ni se convertiría en cenizas si se exponía a la luz solar. En realidad sucedía otra cosa, un efecto que era bastante interesante, incluso hermoso. Pero eso no lo tenía por qué saber nadie todavía.
 -¡Anne!-dijo Nereida entrando en la biblioteca.-Madre me ha dicho que os diga que esta noche habrá baile. Que miréis en el armario de los aposentos del piso de arriba. Allí hay varios vestidos que podrían serviros para esta noche.
-De acuerdo, y después saldremos a caballo. Ahora íbamos a pedirle permiso a madre-dijo Anne cogiendo a Bellatrix de la mano.
-Pues no podéis, madre está ahora mismo en una reunión muy importante. No vendrá esta noche al baile. Por eso me ha dicho que os diga esto. Llegará tarde, al parecer.
-¿Y quién irá con nosotras?
-La tía Denisa, que ha llegado poco después del alba.-dijo Nereida yéndose apresuradamente.
 Anne y Bellatrix se miraron sorprendidas, pero luego se encogieron de hombros y se fueron al piso de arriba, para poder salir en su paseo estival…
 Horas más tarde…
-Estoy preocupada. Muy pero que muy preocupada-farfulló Nereida andando de un lado para otro, hecha un basilisco y acariciando a su águila, quién en aquellos momentos estaba tragándose un buen trocito de conejo que la muchacha le iba dando.
-Pues ya os podéis ir despreocupando, al menos por ahora. Esta noche hay baile, y tenemos que procurar pasárnoslo bien. Al menos hasta que nos den las noticias. –dijo Adriana, poniendo una mano en el hombro de su hermana.
-Ya lo sé, pero es que no puedo quitármelo de la cabeza.
-Si seguís así os van a salir arrugas. Y entonces os veréis fea. ¡Y todos los chicos serán para mí!-dijo Inés tumbándose en la cama y levantando una pierna perezosamente.
-¿Pero qué dices? Seré yo quien más pretendientes tenga.-dijo Yvette, sonriendo con picardía.
-Por dios, hermanas, ¿es qué os tenéis que pasar todo el santo día hablando de chicos? ¿Pensáis alguna vez en otra cosa?-preguntó Ginebra mientras se sentaba en el espejo y le arrebataba a Nereida una carta de las manos. 
 Nereida seguía paseándose de un lado a otro hecha un basilisco, por lo que no se dio cuenta.
-A veces…pero ahora no recuerdo en qué otra cosa-repuso Inés perezosamente, rodando en la cama.
-Anne lo tendrá fácil-dijo Elizabeth, mirando a su hermana con algo de envidia.
-No te creas.-dijo ésta.-Yo creo que será incluso aburrido. De todos modos, os reservaré unos cuantos chicos si se me vienen como moscas-dijo Anne riéndose.
 Ginebra leía la carta que le había arrebatado a Nereida, y su expresión cambiaba a medida que avanzaba su lectura. Finalmente, miró de reojo a su hermana y le devolvió la carta.
 Nereida se paró de repente, dándose cuenta de lo que Ginebra le acababa de devolver. Miró la carta un poco aturdida, como si quisiese comprobar una cosa, mientras Ginebra se levantaba y se tumbaba en la cama perezosamente como Inés, dando varias vueltas y haciéndole cosquillas a ésta, disimulando.
-¡Serás cotilla!-exclamó Nereida lanzándole un cojín a Ginebra. Pero entonces se dio cuenta de una cosa. -¡Mierda, me he equivocado!-arrugó la carta y salió de la habitación, de regreso a sus aposentos sin decirle nada a nadie.
 Sus hermanas parecieron muy sorprendidas.
-¿Qué mosca le habrá picado?-preguntó Elizabeth.
-La carta. Era la carta de un chico-canturreó Ginebra.
 De inmediato todas las chicas se colocaron en torno a Ginebra para interrogarla. Pero ésta negó con la cabeza.
-No ponía firma. Pero estoy segura de que era de un chico.
-¿Sería de un plebeyo?-Elizabeth suspiró al oír estas palabras. Recordar a su amor perdido le dolía todavía, y le seguiría doliendo durante mucho tiempo. Ginebra le dio un abrazo a su hermana-No te preocupes. Lo superarás con el tiempo.
-Eso espero-gimoteó la muchacha tristemente.
-Venga…que ahora tenemos un baile. Tenemos que arreglarnos para bailar y divertirnos-dijo Ginebra, deseosa de animar a su hermana.
-Eso hasta que lleguen las noticias-dijo Anne, más pesimista.
-¡Eso mismo! Además, estoy segura de que no serán malas noticias. Madre lo dijo, padre regresará en pocos días. ¡Así que vamos, chicas, a levantarse!-ordenó Adriana. Y todas se dispusieron a prepararse…
Por la noche…
 La sala era enorme, parecía en sí un palacio entero. Las lámparas de araña tenían encendidas unas velas que ardían suavemente y que le daban a la sala un aire casi mágico. Había mucha gente, charlando, comiendo o bailando.
 Una orquesta tocaba en el fondo una canción exquisita, pero muy lenta, que animaba a bailar y a reír entre conversaciones inteligentes  y sofisticadas.
  Adriana entró en la sala seguida de sus hermanas en fila india. Nereida parecía menos preocupada. Aunque quizá eso se debiera al maquillaje, a su hermoso peinado, un moño con piedrecillas que hacía resaltar su belleza, o a su hermoso vestido color blanco nieve, de encaje. Estaba muy hermosa, a pesar de su preocupación, y esto era algo que atraía a muchos jóvenes hacia ella.   Nada más llegar ya llegó un joven para pedirle un baile.
  Cuando Nereida se fue con ese joven, Angélica dijo:
-Me voy un momento…tengo que buscar a alguien. ¿Me acompañáis, Ginebra?
-Por supuesto-Ginebra acompañó a su hermana, sospechando quién podía ser ese alguien. Y sonrió feliz.
 Las demás hermanas no tardaron en encontrar parejas para bailar. Cuando no bailaban charlaban entre ellas o con otras amigas suyas, o simplemente miraban a los demás girar, moverse al ritmo de esa música, formando parte de ese mundo.
   Un joven rubio de elegantes ropajes y rostro agradable, jovial, apareció detrás de Angélica y de Ginebra.
-¡Enrique! ¡Cuánto tiempo sin veros!
-Angélica…estáis muy hermosa…hacía mucho que no os veía. ¿Me concederíais un baile?
-Por supuesto-dijo ella, cogiendo la mano de Enrique y tratando de no sonrojarse. Ginebra trató de no soltar una risita, por lo que se tapó la boca mientras los veía bailar. Angélica bailaba con elegancia, aunque a veces era un poco torpe y tropezaba.
 Al rato Ginebra se perdió entre la gente, sintiéndose un poco sola y buscando algo interesante que hacer. Una conversación interesante para ser más exactos.
  Nereida echó la cabeza hacia atrás, para mirar de reojo a las parejas que bailaban y sonrió. Su hermana Angélica bailaba con un joven con el que parecía estar muy “compenetrada”. En realidad no estaba muy segura de ello, pero por el modo en el que se sonrojaba podía intuir algo.
 Anne bailaba con mucho cuidado con un hombre que parecía un poco mayor que ella. Pero el joven se sentía algo intimidado, parecía sentirse algo torpe, a pesar de todos los intentos de Anne de bailar de un modo humano. Pero sus movimientos eran muy gráciles, fantasmales, mucho más elegantes que los de la mayoría de la gente de aquella sala. ¡Y mira que aquello era decir mucho! Nereida no pudo evitar pensar que Anne se lo pasaría mucho mejor si estuviese bailando con otro vampiro.
 En cambio a ella le iba bien. Le gustaba mucho eso de bailar toda la noche, sentir la música fluir por ella. Sobre todo la música…era algo que le hacía sentirse muy viva. Más de lo que ella creía. Ya había bailado con bastantes chicos aquella noche, aunque no se había interesado por ninguno en especial, aparte de lo bien que bailaban uno tres. Y a veces pensaba en alguien a quién ella conocía muy bien y con quién le hubiese gustado mucho bailar en aquel momento. Le echaba tanto de menos que casi le dolía.
 De repente vio una pequeña sombrita deslizarle entre la gente. Pero luego meneó la cabeza y soltó una risita. Habían sido imaginaciones suyas.
 Así que se animó y bailó lo mejor que supo, resplandeciendo aquella noche con un aureola que encandilaba.
  A Bellatrix la habían mandado a la cama hacía mucho rato ya, porque era demasiado pequeña para asistir a esa clase de bailes. Pero aquella noche no podía dormir, necesitaba ver lo que pasaba allí. Su curiosidad infantil había podido con ella.
 Todo lo que vio allí le encantó. ¡Parecía todo tan mágico, tan hermoso! Deseó ser mayor para poder unirse a la fiesta, bailar como lo hacían sus hermanas. 
 Se pasó un rato mirando, hasta que en un momento determinado tropezó y cayó al suelo. La niña miró hacia abajo para contemplar lo que le había hecho caer. Hielo. Escarcha. ¿Qué demonios era eso? Y un pequeño objeto que parecía abandonado. Lo cogió y se lo guardó. Pero después vio unos pies calzados en unos elegantes tacones rojos. Levantó la vista y vio a su tía Denisa mirándola con los brazos cruzados.
-¿Qué hacéis a estas horas despierta, señorita? ¡A la cama!
 La mujer cogió a la pequeña de la mano y la dejó junto a Luna, para que la acostase. Por suerte no había visto lo que había cogido. Ya en sus aposentos, la pequeña Bellatrix abrió la cajita que se había encontrado.
 Y maravillada, contempló como mostraba unas lucecitas de color rubí se entrelazaban unas con otras. Un efecto sin duda alucinante…
 Inés se alejó de la pista de baile para tomarse unos canapés. Se había cansado antes que las demás de bailar así que se dispuso a pasar del resto de la velada observando. O cotilleando con alguien, quizás. 
  Sobre Angélica, por ejemplo, que no había bailado con otro que no fuese Enrique. O con Ginebra, sobre lo fresca que parecía lady Juliana. En fin, ¡qué más daba! En aquel momento se sentía demasiado perezosa como para bailar de nuevo, así que corrió a buscar a Adriana.
 Elizabeth le dio a Ginebra un toque en el hombro.
-¡Hola, Elizabeth! ¿Qué tal os ha ido?
-No muy bien. No paraba de pensar en él…todos los chicos con los que he bailado me recordaban a él. Ni siquiera pude decirle nada a Lord Gabriel, que creo que está enamorado de mí.
-¿Lord Gabriel?-Ginebra entrecerró los ojos buscando a aquel hombre, y luego negó con la cabeza-No os conviene, hermana. Es un hombre importante, pero dicen que tiene muy mal genio.
-Ya lo sé, pero…
-El tiempo, Elizabeth, el tiempo lo cura todo…-dijo Ginebra apretándole suavemente la mano a su hermana melliza.
-Por lo menos a una de nosotras le va bien.-dijo Elizabeth, señalando con la cabeza a Angélica, quién en aquellos momentos charlaba alegremente con Enrique, y que parecía muy feliz. Incluso parecía haber olvidado su preocupación.
-Ya…estoy segura de que Enrique está enamorado de ella. Y ella…ni digamos. Espero que le pida la mano. Madre lo aprobará seguro, y como ambos se quieren, todos saldrán ganando-dijo Ginebra encogiéndose de hombros. Evidentemente, lo aprobaría, porque enrique era un soldado del rey Raimundo, el jefe de sus caballeros, y era muy importante. Así que no habría ningún problema.
 Ginebra y Elizabeth estuvieron charlando durante un rato sobre ese posible feliz enlace, hasta que de repente se hizo el silencio en la sala.
 La reina Dayana hizo acto de presencia, seguida de sus guardias.   Su rostro parecía marcado por el dolor, pero supo mantener la compostura.
 Caminó hacia el centro de la sala, y viendo que seguía habiendo silencio, se aclaró la voz y dijo, con una voz clara que amenazaba con derrumbarse.
 -He de anunciaros una triste noticia. Las cosas no han salido como esperábamos. Las negociaciones se complicaron, y tuvimos que entran en una guerra. El rey Raimundo, mi esposo, ha muerto hace unas horas.

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