domingo, 26 de junio de 2011

20.Dulce reencuentro


Dick!-gritó Nereida, sintiendo que el corazón estaba a punto de estallarle de pura felicidad. Corrió a sus brazos, deseando sentir de nuevo su calor.
 Él la abrazó con fuerza, y aunque Nereida no podía ver en la oscuridad en la que estaba sumida aquella cueva, sabía que él también sonreía.
-Os he echado tanto de menos…¿dónde estabais? ¿Estáis bien?-Nereida se separó un poco de él para examinarlo mejor. Apenas podía ver en la oscuridad, pero de todos modos estaba claro que él presentaba buen aspecto.
 Quizás aquello se debiera en gran parte a que mostraba una sonrisa aún más radiante que la de Nereida.
-Estoy perfectamente…sobre todo después de veros a vos de nuevo. Os he echado demasiado de menos…nunca creí que volvería a veros alguna vez.-susurró con voz queda, como si estuviese a punto de llorar. Abrazó a Nereida más fuerte y le besó en el pelo, llenándose de la dulce fragancia de la muchacha, ese aroma a flores que él había evocado tan a menudo, en sus noches solitarias y llenas de dolor y muerte.
-¡Pero así ha sido! Oh, dios, no os vayáis nunca más…quiero que me lo contéis todo. ¿Cómo habéis logrado llegar hasta aquí? ¿Habéis sufrido mucho? Pero sobre todo…¿estáis ya a salvo?
 -Eso no importa ahora, Nereida, quisiera aprovechar ese glorioso momento. El pasado no significa por ahora nada para mí.-dijo Dick, besando a Nereida en los labios. Era un beso dulce, pero lleno de furia y de pasión.
 Un beso en el que demostraba cuanto la había echado de menos, cosa que a Nereida la hacía muy feliz. Le siguió el beso y se pegó más a él, deseando con todas sus fuerzas que no hubiese nada en el mundo aparte de ellos dos.
  Y efectivamente así fue durante muchísimo tiempo. Durante el tiempo que duró aquel beso mágico, ellos no tuvieron conciencia de nada más en el mundo que no fuesen ellos dos. Y se sentían muy felices por ello. Quizás demasiado felices.
 Cuando se separaron, Nereida murmuró:
-Quedaos aquí. Quedaos conmigo para siempre.-se lo susurró en sus labios, sin querer separarse de él ni un instante.
-Estaré siempre aquí. Cuando vos me necesitéis.-El asunto era mucho más complicado de lo que parecía, ya que él estaba en una situación muy grave todavía, pero no era momento de hablar de ello ahora. Dick se alegraba sobremanera de que Nereida no hubiese visto las heridas que tenía antes. Ginebra le había hecho un gran favor curándole, aparte de que no había tenido ningún problema para llegar a Vergalda desde que le entregaron aquel mapa.
 Ningún ataque, ningún incidente, aparte de lo del caballo. Había valido la pena, sin duda alguna.
-Os necesitaré siempre. ¡Para siempre!-dijo Nereida, besando a Dick otra vez, con más ímpetu del que él había hecho uso antes. Le necesitaba, y le había echado de menos mucho más de lo que ella se hubiese esperado jamás de los jamases.
 Entonces Dick puso una mano en la cintura de Nereida y la acercó más contra sí. Aquel beso duró más que el anterior. Era como una especie de gloria celestial, su separación había sido más dolorosa de lo que ellos creyeron, nada más recibir el divino soplo de agua fría que necesitaban para reanimar su herido corazón. Y poco después supieron que se dejarían llevar.
 Recordarían aquel momento durante el resto de sus vidas, ellos besándose en una cueva de agua en la que la Luna asomaba por un recodo y les alumbraba, y dónde había una extraordinaria paz que poco tenía que ver con la quietud de la noche, con la muerte que normalmente suele traer la noche. Trajo algo distinto, muy distinto y sobre todo misterioso, que ellos recibieron gustosos, pero que no se darían cuenta hasta años más tarde de lo que realmente era.
-Dick…os necesito…-dijo Nereida en un momento en el que sus labios se separaron, apenas unos pocos centímetros.
-Y yo a vos…no sabéis cuánto…-ninguno de los dos recordaba nada de los preceptos sociales ni de lo que el deber les dictaba que debían hacer. Aquella noche importaría muy poco, o más bien nada.
 Así que se dejaron llevar muy pronto, perdiendo el control. Sus besos se fueron volviendo cada vez más furiosos, llenos de ímpetu, de pasión, de una necesidad que iba creciendo en ellos cada vez más.
  Dick separó sus labios de los de Nereida para colocarlos en su cuello, haciendo que la chica se estremeciese de puro placer. El cosquilleo que recorrió su cuerpo era exquisito, lo más exquisito que había tenido la ocasión de probar jamás en toda su vida.
 Se pegó más a él, acariciándole el pelo, animándole a seguir y trazando con la otra mano la curvatura de su cuello, de su espalda, lo que buenamente podía. Quería memorizar cada rincón de su cuerpo, sentirlo por completo y que formase parte de ella, y muy pronto ella supo que Dick deseaba lo mismo.
-Nereida…-murmuró Dick. En aquel momento aquel nombre le parecía lo más hermoso del mundo, las palabras más hermosas que el mundo había creado. Le besó en el cuello, luego en la frente, y después fue bajando poco a poco, desde  la nariz, los labios, la barbilla, hasta la zona que estaba arriba de los pechos, dónde brillaba un hermoso collar de amatistas que brillaba de un modo exquisito, ante la luz de la noche irradiaba una magia que formaba parte de la propia Nereida.
 Se fueron acercando poco a poco al agua. Nereida se quitó sus tacones y metió los pies en el agua al mismo tiempo que él, mientras seguía bajando, y luego subiendo hasta sus labios de nuevo. Sus manos se aferraron a la parte de atrás de su corsé, y comenzó a quitar lentamente el nudo, para alargar el momento, pero luego la otra mano se apoyó en la pierna derecha de Nereida, quitando las numerosas ligaduras que la muchacha llevaba puestas.
 Nereida, mientras tanto, le iba quitando la blusa a Dick. Poco a poco, hasta que pudo admirarse de su escultural pecho desnudo. Dick era hermoso, su cuerpo estaba bronceado por las numerosas batallas que había librado, y era escultural, con los músculos bien formados pero sin pasarse. El punto justo, Dick simplemente era perfecto.
 No se molestó lo más mínimo en ahogar sus gemidos, aquel placer exquisito iba aumentando más y más a medida que Dick le iba quitando la ropa, a medida que el corsé iba cediendo, y sobre todo cuando sus piernas quedaron desnudas.
 Cuando todo eso estuvo fuera, Dick le susurró a Nereida al oído:
-Nereida, mi dulce Nereida…sois como la reina de las ninfas que bordaban en los bosques del río de las Tierras del Edén.  Poseéis su belleza eterna, su sonrisa radiante, la exquisitez del cuerpo. Sois la más hermosa de todas ellas, siempre lo habéis sido y siempre lo seréis…-¡aquellas palabras sonaban tan dulces, y tan sinceras! Dick las sentía, veía a Nereida como lo más hermoso del mundo. Antes había estado con otras mujeres para saciar su necesidad, pero eran mujeres de mala vida, la mayoría estaban ya medio marchitas por toda una vida de trabajo, desgastándose en sábanas sin sentido en las que iban perdiendo la vida. Y las más bellas compartían siempre su misma suerte, a pesar de haber sido cortesanas de clase alta.
 Pero con Nereida era distinto. ¡Era todo tan distinto con ella! Era tan eterna, tan real…su cuerpo era exquisito, pálido como la Luna, y de curvas muy bien dibujadas. Parecían haber estado pintadas por alguien que deseaba pintar la talla de una diosa, o de sus ninfas. Su cuerpo era lo más perfecto que Dick había visto jamás, y su mera presencia le llenaba de alegría.
 Esto era el amor, el deseo, todo lo bueno que él podría sentir jamás por una persona.
  Nereida le dio un suave beso en el cuello, y otro en los labios, dulcemente, mientras pasaba sus brazos por el cuello del joven, que pronto tuvo quitados los pantalones. Y entonces, los dos estuvieron completamente desnudos.
 Poco a poco, fueron entrando en el agua. Al principio estaba fría, pero luego se acostumbraron a ella. Aquellas aguas estaban frías, pero eran limpias, exquisitas, acariciaban sus cuerpos de un modo bastante agradable.
 Entonces se besaron con más pasión que nunca y se sumergieron en el agua…
 -No me puedo creer que les hayáis dejado escapar…¡no me lo puedo creer!
-Lo siento mucho, señor, pero era demasiado rápido. No sé cómo demonios se las ha arreglado, pero lo ha hecho. Es más poderoso de lo que me imaginaba.
-¡Vos lo que sois es un incompetente! Voy a mandar que acaben con vos, ¡de inmediato!
-Pero señor…
-¡Nada de peros! ¡Mulciber! ¡Acaba con él!
-¡No, por favor! No, no ¡NO!
 
Nereida echó la cabeza hacia atrás, gritando de puro placer. Las acometidas de él la llenaban de unas sensaciones que eran cada vez más grandes, como un fuego que recorría todo su cuerpo, haciéndolo vibrar. Le sentía por todas partes, y en aquel momento no quería para nada que aquella situación cambiase. Deseaba con todas sus fuerzas que fuese así.
 Él agarró uno de sus muslos y lo apretó con cuidado, acariciándolo por debajo del agua y haciendo que las sensaciones de la muchacha aumentasen. Le besó en la boca con pasión y lujuria, mientras él se pegaba más a ella. Ambos gemían desesperadamente, sentían que el placer iba creciendo más y más. No se decían nada, pero aquellos gemidos sonaban como si fuesen pura música.
 Nereida puso sus manos en la espalda de Dick, acariciándola y arañándola un poco, de tal era la ímpetu de las sensaciones que invadían su cuerpo por entero. Se sentía viva, más viva que nunca.
 Dick pasó una mano por el trasero de Nereida, luego fue subiendo poco a poco, recorriendo toda su espalda, hasta llegar a su cuello, dónde encontró su largo cabello negro, mojado por el agua. Lo enredó entre sus manos, mientras ambos se sumergían de nuevo en el agua. Bajo el agua todo era distinto, acariciar su pelo era como acariciar algo muy suave, con la textura de un ángel. Como el pelo de una sirena.
 El joven se sentía como un poeta cada vez que estaba con ella, de las veces que deseaba hacer versos que rindiesen culto a su belleza.
 Deseaba recorrerla por entero, hacerla suya, que gritase su nombre. La volvió a besar en la boca y luego fue bajando hasta sus pechos, dónde los besó y los mordisqueó un poco, jugueteando con ellos. Nereida se sentía en el cielo, el placer era muy fuerte, por lo que muy pronto le llegó aquel clímax que la recorrió por entero e hizo que su cuerpo vibrase durante un rato.
 Pero durante ese tiempo no descansó ni nada por el estilo. Aunque a veces ambos dejaban de besarse, para asomarse a la superficie y susurrarse toda clase de palabras dulces, mezcla de deseo, poéticas y algunas incluso inventadas.
 Ambos se volvieron a sumergir en el agua…
-Te he echado de menos…
-Y yo a ti, querida. ¿Acaso no lo sabías?
-Claro que lo sabía. Yo siempre lo supe. Pero no sé tu nombre.
-Y no te conviene saberlo. Créeme, no te conviene para nada saberlo…
 Ginebra se asomó aquella noche a las ventanas de sus aposentos del castillo. Tenía muchas cosas en las que pensar. Acababa de volver de uno de los principales bailes que Hogwarts celebraba en todo el año, y había pasado justo lo que ella sabía que iba a pasar.
 Pero le iba a ser muy difícil tomar una decisión. Soltó sus manos, que las había tenido apoyadas en su pecho como si hubiese estado en una tumba, y sacó aquella florita carta que todavía no había tenido el valor de abrir.
 Respiró hondo, y finalmente se decidió a abrir la carta. La leyó de arriba abajo, haciendo acopios de un valor que no sabía si tenía…

-¡Elizabeth, Elizabeth!-gritó una vocecita infantil que se abrió paso entre las brumas del sueño de Elizabeth. La chica abrió los ojos y se incorporó de golpe en la cama, sudando y con el miedo clavado en el alma.
 Miró al lado suya, tratando de atisbar en la oscuridad, y vio a su pequeña hermana Bellatrix, quién la miraba con el camisón puesto y un osito de peluche en la mano. Apenas veía en la oscuridad, por lo que la figura de Bellatrix se le antojaba oscura, como si fuese una de las más pequeñísimas sombras que ella hubiese visto jamás, con esos ojos tan hermosos y brillantes que se veían un poco en la oscuridad, de lo luminosos que eran.
-¿Bellatrix? ¿Qué hacéis aquí a estas horas?
-No podía dormir. Además, estabais teniendo una pesadilla. Os oí chillar y removeros en la cama. Pronunciabais un nombre…-Bellatrix no lo dijo, pues sabía que su hermana se daría cuenta de a lo que se estaba refiriendo.
 Y efectivamente así era. Bellatrix tenía toda la razón, había tenido una buena pesadilla, aunque por suerte la estaba olvidando rápidamente.
-¿Puedo dormir con vos? Por favor, sólo por hoy. Es que tengo miedo…
-¿De qué tenéis miedo?
-De las pesadillas. Hoy me persiguen.
-¿No podréis pedírselo a madre?
-No. Hoy quiero dormir con vos.-insistió Bellatrix, con su vocecilla infantil y clara como de campanillas, mirando a Elizabeth con su mejor cara de cordero degollado.
-Está bien. Podéis dormir conmigo hoy. Venid, anda.
 Bellatrix sonrió ampliamente y se subió a la cama de Elizabeth. Se tumbó a su lado, dejando al osito de peluche suelto en el otro lado de la cama, y muy pronto se quedó profundamente dormida.
 Elizabeth suspiró y se apoyó en la almohada junto a la niña. Le vendría bien de todos modos que la pequeña durmiese a su lado aquella noche. No se sentía capaz de dormir sola después de la pesadilla que acababa de tener.
 Tener a alguien a quién adoraba al lado sería un pequeño consuelo, y más si ese alguien era una niña pequeña que adoraba a su hermana y que había presentido en alguna parte de su corazoncito su tristeza.
 Así que, sonriendo levemente, Elizabeth volvió a quedarse dormida, pero ésta vez sin malos sueños que atormentasen su alma herida…
 En Vergalda todo estaba en calma aquella noche. No había bandidos ni ningún incidente, ni siquiera robos.
  La gente dormía en sus casas, y los animalillos nocturnos seguían con su actividad de siempre, al igual que otras criaturas de la noche, que seguían el curso de su vida sin problemas, disfrutando de la noche.
 Y aquella aura misteriosa que se había desatado a partir de la medianoche seguía su curso también, como si fuese una guardiana que protegiese los secretos de la noche, que provocase algunos de sus mayores misterios.
 Y también los más hermosos.
 Dick y Nereida se sentían como si hubiesen vuelto a nacer, sintiendo como una tremenda energía de placer les invadían a cada uno. Unirse una y otra vez en el agua era como hacer un baile, una coreografía perfectamente planificada que se sabían de memoria, como si siempre la hubiesen sabido, o como si simplemente hubiesen estado predestinados a aprenderla.
 -Nereida…sois mi vida.
-¡Y vos la mía!-canturreó Nereida, o por lo menos es así como sonó su voz. Llena de sinceridad, ¡tan llena de amor! Y de deseo, de un deseo que la invadía por completo y que llenaba cada poro de su piel de ese placer que sin duda debía de ser la vida.
 Nereida recorrió el cuerpo de él por entero, beso a beso, caricia a caricia, saboreándolo y memorizándolo. Quería sentirse suya, envolverse en su olor, al igual que él.
-Nereida, Nereida, mi dulce Nereida…-susurraba él a medida que la iba besando, en los labios, en la frente, en el cuello, saboreando sus hombros y acariciando sus pechos y su cintura, pegándola a él mientras ella respiraba entrecortadamente, al sentirlo detrás suya de aquella forma.  Se sentía como una diosa, una ninfa, la más bella y poderosa de todas las sirenas.
 Pasó una de sus manos por el pelo de Dick y arqueó la espalda al sentirlo en su interior de nuevo. Dio un pequeño gemido de placer, mientras él le iba besando el cuello y comenzaba a meterla cada vez más rápido. El placer de Dick aumentaba sobremanera al sentir como ella gemía, en aquellos gemidos que para él eran como música, en como su cuerpo se arqueaba y sentía el calor, sentía como su placer y su lujuria aumentaban.
 Y ella sentía su placer aumentar a medida que el de Dick crecía, pues sentía su deseo, su calor masculino junto a ella, y no deseaba sentir otra cosa más que él, que estaba dentro de ella, ambos estaban más unidos que nunca.
 Ésta era sin duda una de las mejores cosas de estar tan unidos.
 Dick fue penetrándola en el agua cada vez más rápido, mientras ambo gemían y se sentían hasta algo mareados del placer que sentían, que iba a oleadas, cada vez más y más rápidos, hasta que volvió a estallar el clímax.
  Nereida se giró, y sus labios volvieron a juntarse. Apoyando los brazos alrededor de su cuello, sintió como los de él se afianzaban a su cintura. Y entonces, ambos se volvieron a sumergir en el agua, como si no hubiese un mañana…
 
 El amanecer se presentó claro y hermoso. Vergalda amaneció como si hubiese sido un bello cuadro pintado a manos del mejor pintor del mundo. Todos se fueron despertando como si saliesen del más dulce de lo sueños. Toda la vida de allí habitaba se presentó feliz aquella mañana, más feliz de lo normal, lo cual no se podían explicar. Pero, como toda felicidad bien dada, no se preguntaron el por qué, simplemente se dejaron llevar por esa felicidad.
 El amanecer llegó lento, como si la luna se negase a marcharse, para dar por finalizada la noche.
 Pero finalmente llegó, y con ese amanecer llegaría un día que sin duda nadie olvidaría jamás.
   Se había producido algún cambio importante aquella noche, algo de lo que ya no se podría volver atrás. Formaba parte de todo aquello que era real e irrevocable, y era imposible echarte atrás.
   Pero no tardaría en traer consecuencias.

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