viernes, 16 de septiembre de 2011

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 Nereida se despertó sintiéndose bastante extraña. Tenía la impresión de que había tenido un sueño...pero no sabía de que había ido exactamente. Le daba la sensación de que había sido una pesadilla bastante mala, por lo que se alegró de no acordarse.
 Aún así no era muy agradable la sensación de pesadez que la siguió invadiendo aún cuando desapareció la modorra.
 Bellatrix se sentía últimamente tan feliz como Katherine, desde aquella noche parecía haberse quitado un peso de encima, parecía una niña alegre, feliz, y hasta un poco traviesa, la reina se alegró por eso, le aliviaba saber que al menos una de sus hijas era feliz, teniendo en cuenta como estaba la situación...y de cómo iría.
Supo que iría a peor cuando recibió una carta de Adriana, una carta que llenó su corazón de funestos presagios. Muy pero que muy funestos.
 No le dijo a nadie lo que se relataba en aquella carta, por mucho que le preguntaron aquellos que la vieron leyéndola...tuvo un comportamiento bastante misterioso durante varios días, hasta que arregló un viaje. Antes de partir llamó a Jean, a quién le encomendó la protección de palacio y de sus hijas, sobre todo de Nereida, hasta que se produjese su regreso. Jean parecía extrañado por el misterio que emanaba la reina, pero no dijo nada, asintió con la cabeza y le prometió que protegería a sus hijas con la vida si era necesario.
 Por lo menos aquel sería un tiempo que podría pasar con su hija, para conocerla un poco mejor, aunque ya se llevaban bastante bien...Nereida había aceptado lo que era ya inevitable.
 Así que la reina no tardó en partir, y pasaron dos semanas sin ella, durante un invierno que era particularmente frío...el más frío en cincuenta años, o por lo menos eso era lo que Katherine se empeñaba en pregonar.
Aquel día en concreto transcurrió en un frío abrasador, la nieve lo recubrió todo por completo hasta que se hizo de día, por lo que cuando todos se levantaron se encontraron con esa fina y dulce capa blanca cubriendo el castillo como nata.
 Los niños de los pueblos del reino salieron a jugar con la nieve, incluida Bellatrix, a la que acompañó Katherine para vigilarla, y varios niños más.
 En cambio Nereida estuvo bastante rara durante todo el día. Aquel día tenía una sensación muy parecida a la de aquel sueño, pero esto era diferente, ésta vez se sentía ligera como una pluma, como si se hubiese quitado un peso de encima...como si algo muy bueno la esperase.
 Ginebra y Elizabeth trataron de averigüar lo que le pasaba, pero no obtuvieron nada, sobre todo porque ni la propia Nereida lo sabía exactamente.
 Aquello no le gustaba nada, por lo que decidió aliviar sus temores lejos de allí. Deseaba olvidar la guerra, todo lo que tenía por delante, su futuro compromiso con Habib, que todavía no había conseguido ser roto, y a este paso llegaría a cumplirse inexorablemente y...todo lo demás. Nereida deseaba poder poseer su propio reino durante algunas horas, ser la dueña de sí misma y poder sentirse libre...y para ello sólo podía hacer una cosa...ir a un sitio.
 Por lo que aquella noche, después de cenar, dijo que se encontraba mal y que se iría pronto a sus aposentos. Pero lo que hizo fue ponerse su capa y escaparse de allí para irse a su sitio feliz, allí, junto con Dick
 Le encontró delante de su pequeña cabaña, mirando con aire soñador al cielo, con aspecto de haber acabado de cenar. Cuando la vio llegar no pudo evitar sonreír, con aquella encantadora y resplandeciente sonrisa que Nereida amaba tanto.
 La joven se acercó a él y apoyó la cabeza en su hombro, canturreando para sus adentros una canción que solamente ellos dos conocían, un lenguaje secreto e inventado que les consolaba en cualquier momento, pasara lo que pasase.
-Dick...-dijo en medio de aquella dulce canción, en una pequeña pausa-me gustaría que diésemos un paseo...por nuestro lugar feliz.
 Dick asintió. Pocas veces habían tenido la ocasión de adentrarse en su lugar feliz, y la verdad es que lo echaba mucho de menos...así que abrazó a Nereida por la cintura y ambos salieron de allí, encaminándose a aquel refugio secreto.
 Atravesaron arbustos, árboles y toda clase de vegetación en silencio pero a paso elegante, como si no quisiesen ser descubiertos...hasta que finalmente llegaron a su lugar feliz.