jueves, 16 de junio de 2011

10. El secreto de Adriana y el hechizo de Julian.

La noticia provocó un gran revuelo de felicidad en palacio. ¡Qué felices serían todos cuando al fin naciese la criatura! Dayana estaba eufórica, al igual que el resto de sus hijas. Fantaseó un poco cuando le llegase el momento al resto de sus hijas, y por un tiempo se olvidó de sus penas. Cosa que le vino muy bien durante aquel tiempo, para recuperarse un poco de su culpabilidad, fue algo así como unas vacaciones.
 Mientras tanto, Julian se aseguraba de causar un gran revuelo por palacio. El joven era muy apuesto, y sabía muy bien como causar estragos entre las jovencitas del reino.
-Miradle, ya está otra vez flirteando con Fátima…-le susurró Ginebra a Nereida.-Seguro que después hace cosas malas con ellas.
 Nereida frunció el ceño, claramente molesta.
-Pues que haga lo que quiera…a mí no me importa.
-Perdonad, hermana, pero ese “no me importa” suena a un ¡estoy muerta de celos!-Ginebra soltó una risita al decir eso, sin poder evitarlo.
-No es así, y lo sabéis. Si digo que no me importa, ¡es que no me importa y punto!-dijo Nereida mientras se agachaba a recoger flores. Hermana mía, tenéis que aprender lo que es eso de la retórica, y llamar a las cosas como son. En mi caso al pan pan y al vino vino.
 Ginebra se sentó en la hierba mientras comenzaba a toquetearse el pelo distraídamente:
-Entonces… ¿de quién era la carta?
-¿De qué carta estáis hablando?-dijo Nereida, sabiendo perfectamente a qué carta se refería su hermana.
-¡Aquellas cartas que leéis a escondidas! No mintáis, que os he visto.
-Ya…-Nereida lo sabía perfectamente, pero no había querido hablarlo con su hermana hasta aquel entonces. En aquel momento, desgraciadamente, no tendría más remedio que hacerlo. Por lo menos le demostraría a su hermana que ella no tenía nada con Julian.-Pues mirad, las cartas no eran de Julian-Nereida terminó de coger flores y se sentó frente a su hermana.-Es del hermano de Julian, Dick.-comenzó a trenzarle a Ginebra las flores en el pelo, sonrojándose un poco. Era la primera vez que le hablaba de él a alguien.
-¿Dick? Pero si Julian dijo que no tenía hermanos.
-Pues lo tiene. Pero no se llevan muy tiempo, al menos no como antes. Antes eran inseparables, lo recuerdo muy bien…
-¿Y qué fue lo que pasó?
-Tendréis que esperar un poco para que os cuente eso.
-¿Y eso por qué?-protestó Ginebra.
-Porque no tengo ningunas ganas de recordarlo. Os lo contaré todo cuando os hagáis un poco más mayor. Aunque sí que os puedo decir qué a Dick…le tengo cierto aprecio.
-Aprecio…
-Algo más. Pero no estoy muy segura de lo que es, el amor es algo tan extraño y tan complicado, me parece una cosa extraña, casi ajena.-Nereida terminó de trenzarle las flores en el pelo a su hermana y sonrió, satisfecha con el resultado.
-Seguro que es amor…-dijo Ginebra cogiendo distraídamente una de las flores de su pelo y alzándola en la palma de su mano, mirándola fijamente.
 Y entonces, de repente, la flor comenzó a abrirse y a cerrarse poco a poco, así, de repente, como si naciese o volviese a morir. Nereida contempló este efecto más fascinada que asombrada.
-Uau… ¿cómo lo haces?
-Es sólo con un poco de práctica. Siempre lo he hecho.-Ginebra había hecho muchas más cosas aparte de esas, cosas de las que sus hermanas apenas tenían detalles.
-¡Qué envidia, ojalá pudiese hacerlo!
-Yo que vos no lo desearíais. No creo que a madre le hiciese mucha gracia. Porque esto es magia.
-Magia…pues, ¿sabéis? No entiendo como algo como esto puede ser algo demoníaco.
-Ni yo, la verdad. –Ginebra se levantó y le dio un soplo a la flor, que salió volando y se perdió en el valle junto a las demás flores…

-Vaya, se os ve muy animado esta mañana.
-Eso se debe a que todavía sigo feliz por la noticia del embarazo de vuestra hermana, princesa Anne.-dijo Julian haciendo una elegante reverencia.
-¡Vaya, pues me alegro de que eso os haga tan feliz!-Anne miró el cuello de Julian con disimulo. Allí seguía el corte que le había hecho ella hacía ya unas cuantas noches, un corte que ya casi estaba curado del todo y del que no se había percatado.
Por suerte, no se percataría nunca de aquel corte. Aunque Anne, en cambio, lo recordaba con todo detalle. El sabor de esa sangre no se le olvidaría tan fácilmente, desde luego, una sangre tan excitante, tan deliciosa…se alegró entonces de no matarlo. Así existía la posibilidad de que lo pudiese probar otra vez. Eso esa sin duda una de las mejores cosas de disfrutar las cosas despacio. El placer suele durar más tiempo.
-Además, estos días han sido fabulosos. Lástima que algún día tenga que marcharme.
-No creo que debáis preocuparos por eso, aún os quedan dos meses por estos landares.
-¡Pero el tiempo pasa tan deprisa! Es una pena, lo hermosa que es la vida y lo deprisa que pasa.-suspiró Julian.-Es como una bella mujer. Hermosa, delicada y sobre todo frágil. Una belleza que muy pronto se marchitará y se convertirá en una flor muerta.
-Pero en el Cielo la cosa sería distinta-dijo Anne, sintiendo más que nunca su voz que sonaba como campanillas de cristal doradas.
-El Cielo…yo ya veo ángeles en la Tierra…espero que esta noche me concedáis el honor de bailar conmigo los dos primeros bailes. Este baile promete.
-Estaré encantada, lord Julian.-Anne estaba encantada, desde luego.
-Bien, pues nos veremos esta noche. Tengo que ir a arreglar unos asuntos.-Julian se marchó a sus aposentos y Anne se fue a buscar a leer algo…
  Adriana no sabía muy bien lo que debía de hacer. Pero quería hacerlo, de eso estaba completamente segura. Respiró hondo, y se preparó.
 Entonces cogió la espada y comenzó a darle golpes a su tablón de madera, que estaba clavado de pie en uno de los rincones más ocultos del bosque. Adriana le dio golpes con la espada una y otra vez, danzando a su alrededor mientras poco a poco iba destrozando el tronco. No paró de golpearlo hasta que finalmente quedó destrozado, hecho astillas en el suelo. Se dejó caer y jadeó, agotada.
 Eso era algo que no le contaba a nadie, ¡y suerte que no lo hacía! Lo que Adriana había soñado desde siempre era luchar. Se sentía bien cuando hacía esa danza que buscaba darle al flanco, matar al objetivo. Adoraba su “danza letal” un método de lucha que había sido inventado por ella  misma y que era una lucha sin fin que parecía una hipnotizadora danza, y que finalizaba con el golpe letal.
 Aquello le hacía feliz, pero a veces deseaba practicar su danza letal en una batalla real.
 Cuando se recuperó se puso a practicar un poco con la espada. Luego regresó al castillo, dispuesta a prepararse para el baile…
   -¿Crees que ella nos verá?-preguntó Nereida.
-No lo creo. Por lo menos ya no-dijo el hombre.-Lo hemos planeado todo demasiado bien. Condenadamente bien, en mi opinión.
 El hombre tomó de la mano a la muchacha, y la condujo hasta el carruaje.
-Hasta aquí hemos logrado. Debéis regresar a casa, este carruaje os conducirá a casa a salvo.
-¡Pero no quiero dejaros aquí!-Nereida estaba muy preocupada por Dick, no quería que le pasase nada. Y ese miedo estaba perfectamente fundado, ya que ambos seguían todavía en un peligro muy grave.
 -Es necesario. Prometo escribiros cartas. Tal vez un día pueda volver a veros. Dick la besó. Ese fue un beso largo, intenso. El típico beso que se suele dar cuando ves a una persona por última vez.
-¡Dick! ¡Dick, por favor! ¡Ven conmigo, prometo decirle a mis padres una excusa aceptable!-En aquel momento a Nereida le importaban un carajo los castigos por los delitos de honor. Lo único que le importaba era que él estuviese bien.
 Pero de nada le sirvió que suplicara. En unos instantes el carruaje arrancó, llevándosela a ella de vuelta a casa y a Dick atrás, despidiéndose de ella con la mano y una lágrima escapándosele…
 Nereida se despertó poco a poco de este sueño. La bruma fue desapareciendo poco a poco, el sueño se volvió negro poco a poco hasta que finalmente desapareció.
 Odiaba esos sueños. ¡Cómo los odiaba, dios santo!  Se levantó y se colocó frente a su tocador. No tendría más remedio que esperar, a ver si algún día esos sueños cesaban. Tendría que esperar mucho, quizá demasiado… ¿cuánto tiempo sería al final?
 En fin, ¿qué sabía ella? Dando un suspiro de resignación, se  arregló el cabello y el rostro. Y cuando estuvo lista se marchó hacia el baile…
 Aquella noche Inés tocaría el arpa, para hacer el baile más ameno y para que todos vieran lo bien que lo hacía. Cuando Inés comenzó a tocar, todos se sintieron como nuevos. El baile comenzó muy pronto, y no pararía hasta el amanecer.
 -Adriana, ¿os encontráis bien? Os veo muy nerviosa. –dijo Elizabeth mientras su hermana regresaba de un baile con un apuesto joven, sofocada.
-Nada, sólo que esta noche mi alma está un poco agitada.-Adriana trató de calmarse, pero no lo logró. Ella era la mayor, pero no tenía la capacidad asombrosa para recuperar la compostura de Nereida, o la inteligencia y sensibilidad de Ginebra, ni siquiera poseía la belleza de Elizabeth. Lo único que ella poseía era un carácter alegre y abierto, en parte el carácter que la juventud otorga a la mayoría de las jóvenes bellas que están en la flor de la vida, y un talento prodigioso para otra cosa, para su mayor secreto.
-Si no os encontráis bien quizás deberíamos regresar a vuestros aposentos.
-¡No, hermana, os juro que estoy bien! ¡Miradme! –Adriana giró sobre sí misma para mostrarle a su hermana lo bien que estaba, y luego le susurró al oído.-Será mejor que chismorreemos un poco, a ver si así me río un poco. Mirad a Anne y a Julian…
 Elizabeth miró hacia dónde le estaba señalando su hermana. Y efectivamente, allí estaban ellos dos girando al compás de la música que Inés tocaba. La situación era un poco graciosa, ya que Anne se movía con una elegancia y una gracilidad que a Julian le costaba muchísimo dirigir, a pesar de que normalmente se le daba muy bien bailar. Pero Anne, de todos modos, se lo estaba pasando bastante bien.
 Aunque tenía que admitir que se estaba arriesgando un poco, ya que su sed regresaba con más rapidez que antes. Pero no podía evitarlo, no pensaba atacarle, aunque jugaría con él un poco. Eso también era algo divertido.
-Bailáis muy bien, Julian.
-No tanto como vos, eso tengo que admitirlo.-dijo Julian algo sofocado. Por lo menos lo hacía lo mejor que podía.
-Es que llevo el talento en la sangre.-bromeó Anne.
-Sois de las mejores, desde luego.-Y Julian esto lo decía de corazón.
-Bueno, pues de todos creo que después de este baile deberíais cambiar de pareja, para descansar un poco. Yo también estoy un cansada, la verdad.
-Tenéis razón.-respondió Julian. Con Anne se sentía débil, poco a poco estaba cayendo bajo su influjo vampírico.
  Así que después del baile Anne le dejó ir, con una sonrisilla misteriosa en el rostro. Ya tenía otros planes para él, planes que no tenía intención de realizar hasta dentro de un tiempo.
  Julian estuvo bailando después con Victoria, la chica con la que había estado hablando Durante la boda. Esto era ya un descanso para él, porque Victoria no bailaba tan bien como Anne, a pesar de su elegancia (de todos modos eso era humanamente imposible). Pero ambos se complementaban muy bien.
    Ginebra también se sentía nerviosa aquella noche. Muy pero que muy nerviosa. No sabía por qué, pero algo le estaba pasando. Tenía dieciséis años, y sabía que algo en ella estaba cambiando, que de alguna forma se estaba haciendo mayor. Pero no tenía ni idea de qué forma, aunque lo intuía, y eso la asustaba sobremanera.  Trataba de mantener el control, cosa que pronto perdería si no salía de allí.
 Así que salió de palacio para ir a pasearse por los jardines, a despejarse entre las flores, mientras miraba a la luna, que aquella noche estaba más brillando que nunca.
  No le funcionó demasiado bien, la verdad, es más, su “malestar” empeoró. Pero entonces supo qué era lo que le pasaba, y cómo solucionarlo. Era algo arriesgado, pero de todos modos… ¿acaso no era eso lo que quería ella? ¿Correr riesgos? Y más en su situación. Porque una vez hiciera lo que quería hacer no pasaría nada… ¿o quizás sí?
 En fin, ¿qué más daba?
 Así que se alejó cuanto pudo de palacio, del barullo de la fiesta y de la vida que allí había. Cuando se aseguró de que estaba sola, cerró los ojos, pronunció unas palabras en un idioma incomprensible para muchos y sonrió. 
 Ahora sólo tenía que esperar. Por suerte, no tendría que hacerlo durante mucho tiempo, pronto saldría de ascuas.

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