sábado, 18 de junio de 2011

13. La semilla de la voluntad de Ginebra.

 Pasaron los días y Ginebra se recuperaba con mucha rapidez. En muy poco tiempo volvió a ser la muchacha alegre de siempre. Mientras tanto, se extendió por el reino el rumor de que Julian había salvado a la chica, lo que hizo que aumentase sobremanera su prestigio. Nereida y Anne le dijeron a Ginebra lo que habían hecho, y aunque a la princesa no le parecía muy buena idea, aceptó, porque de todos modos era lo más sensato.
 Pero Dayana, aunque se sentía muy feliz de saber que su hija estaba bien,  no se creyó los rumores que sus propias hijas habían creado y distribuido. Ella no era nueva en esto, y supo enseguida lo que había pasado, nada más ver a su hija. Y al parecer, ella sabía más acerca de lo que le había pasado a su hija que Nereida y Anne. Era algo que los magos aprendían desde que eran muy pequeñitos, en el transcurso de su educación.
 Así que un día decidió ir a hablar con su hija, cuando la chica dejó el tratamiento y pudo caminar por el castillo como antes. La abordó en el comedor, cuando ya no había casi nadie y los criados estaban demasiado ocupados recogiendo la mesa como para oírlas.
-Ah, hola madre.-la saludó Ginebra.
-Hija mía, tengo que hablar con vos urgentemente.-dijo Dayana.
-Vos me diréis, madre.
-Lo que os ha pasado…tengo que deciros qué…-Dayana decidió que lo mejor sería ir al grano.-que no me creo los rumores que se han ido extendiendo por ahí. No fue Julian quién os salvó, de eso estoy completamente segura.
-Ah, ¿y entonces quién?-dijo Ginebra, desafiante. Demasiado desafiante.
-Os pasó lo mismo que Anne…sólo que a las dos semanas os recuperasteis…y eso se debe a una sola cosa…-Dayana frunció el ceño, malhumorada ante la postura de su hija, pero siguió hablando, a pesar de todo.-a lo que sois…
-Por supuesto que sí…-dijo Ginebra con voz fría, comenzando a andar alrededor de su madre, señalándola con un dedo acusador.-Por supuesto que vos lo sabéis. A mí tampoco se me puede engañar, ¡lo sabéis porque he heredado mi condición de vos! ¿De qué otra forma lo ibais a saber?
-Sabía que lo habíais adivinado.-y de hecho era cierto, Ginebra lo había sabido desde siempre, pero nunca se había atrevido a hablar del tema con su madre, y ella tampoco lo había mencionado, porque sabía demasiado bien que aquello que no se habla es posible que desaparezca, que muera. O por lo menos eso es lo que ella pensaba por aquel entonces, en sus vagas esperanzas.
-Por supuesto que sí. Aunque no sabía eso de que me podría recuperar a las dos semanas…
-Así es…los brujos y las brujas no tienen acceso a la inmortalidad, la magia que corre por sus venas les impide mantener el veneno para siempre, lo disuelven al poco tiempo. Y esto solamente os lo he dicho por vuestra propia seguridad, para que sepáis que estáis a salvo. No volveremos a mencionar este tema nunca más… ¿entendido?-dijo Dayana con su voz más firme y fría.
-¡De eso nada!-dijo Ginebra negando con la cabeza. -¡No se puede negar la evidencia de lo que somos, madre! Vos lo habéis hecho, ¡pero yo no pienso hacerlo! ¡Nunca más!-ahora que había pasado una experiencia semejante, creyendo que rozaba la muerte, se sentía más poderosa, más valiente, dispuesta a aprovechar la vida y a cumplir con todos sus sueños.  Aunque había otro pequeño detalle por aclarar.
 Porque en realidad, esa semilla de la voluntad se había germinado la noche del baile, y había florecido en todo su esplendor en el tiempo que había transcurrido después.
-¡Ginebra, no sabéis lo que decís! Nadie se debe enterar de esto, vuestro destino es seguir aquí y ser una buena princesa.
-¿Y si yo no quiero hacerlo? ¿Y si quiero ser otra cosa? Madre, deberíais aprender de una buena vez que las personas pueden cambiar, tomar las riendas de su destino y conducirlo a un camino diferente, a un jardín distinto al de sus ancestros.-dicho esto la muchacha se dio la vuelta y se marchó, dirigida por una determinación de fuego, antes de que la reina Dayana reaccionara y gritara:
-¡GINEBRA, VOLVED AQUÍ!
  La reina se puso a correr tras ella, dispuesta a alcanzarla y a hacerla razonar como fuese, pero la chica fue más rápida que ella, subió las escaleras directa a sus aposentos y allí se encerró. Dayana, suspirando, regresó para cumplir con sus deberes de reinas, pensando que quizás un poco de tiempo para reflexionar podía serle de alguna ayuda. Tenía esperanzas de que aquello le hiciese entrar en razón.
 Pero en realidad, tenía pocas esperanzas…
  Ginebra respiró hondo tras encerrarse en sus aposentos, tratando de no echarse a llorar. Pero poco después tomó la decisión que cambiaría su destino para siempre. No pensaba echarse atrás, había decidido luchar por sus sueños, costara lo que costase.
 Así que cogió una cesta y metió en ella todo lo que necesitaba, solamente lo imprescindible. Luego salió al jardín bajando por el árbol que había enfrente de la ventana de sus aposentos, y buscó a su hermana Nereida.
 La encontró en las cuadras, cuidando a los animales.
-Nereida…quiero que deis un paseo conmigo, tengo que hablar con vos de algo muy importante.
-Está bien.-dijo Nereida dejando a Diana en su sitio y a un gato entre la paja. El minino se puso a jugar entre la paja, mientras la muchacha se marchaba con Ginebra, algo preocupada al ver su expresión. Aunque en realidad imperaba la curiosidad en ella, había una determinación en su rostro desconocida en su hermana, que no le había visto nunca antes. Por lo que se auguraba que había tomado una decisión importante. La conocía demasiado bien.
 -Bien, ¿de qué queríais hablar conmigo?
-Me marcho, hermana. He de irme de aquí para siempre…
-¿Pero adónde? ¿Y por qué?-le preguntó Nereida, alarmada. No estaba de acuerdo con la idea de su hermana, por supuesto, pero prefería esperar a que le diese sus razones, antes de convencerla de que se quedaran.
-¡Porque me siento atrapada en este lugar! Quiero cumplir mis sueños y viajar por el mundo, conocer cosas nuevas y poder hacer uso de la magia como yo quiera…si me quedo aquí me sentiré atrapada en vida, y entonces…-Ginebra se abrazó a sí misma, tratando de no pensar siquiera en esa posibilidad. Pero Nereida sabía demasiado bien lo que ella quería decir. Aún así le preguntó:
-¿Y qué pasa con nosotras? ¿Con vuestras hermanas? ¿Y el bebé que tendrá Angélica? ¿Es que nunca veréis a vuestro sobrinito? O sobrinita, ¿quién sabe?-Nereida no sabía si su hermana Angélica iba a tener un niño o una niña, pero de lo que sí estaba completamente segura es de que el bebé sería muy grande, ya que Angélica estaba cada vez más gorda. Gordísima.
-No me olvidaré de vosotros. Os mandaré cartas, iré a visitaros cuando os vayáis casando…además, en Hogwarts no me pasará nada malo. Es un lugar muy seguro y allí aprenderé a defenderme.
-¿Hogwarts? ¿Qué es eso?
-Es una escuela de magia muy antigua, tiene casi seiscientos años. Allí aprenderé lo suficiente sobre magia hasta que pueda defenderme por mí misma.
-¡Vaya!-eso era un alivio para Nereida, un alivio muy grande, pero de todos modos seguía sin querer que su hermana se marchara. Iba a decirle algo cuando Ginebra la interrumpió y le dijo:
-No vais a lograr convencerme de que me quede, hermana. Pienso luchar por mis sueños y vivir la vida como siempre quise. El mundo es un lugar frío y oscuro, pero sigo creyendo en la bondad del ser humano y la luz del mundo, aunque parezca increíble. Me niego a acabar como esas mujeres que hicieron a un lado sus sueños por cosas que no hicieron más que arrebatarles la vida. Maridos, posición social…yo no quiero eso. Sólo quiero eso, una buena vida. Os lo que he contado porque confío en voz, hermana, y porque quería despedirme.
 Nereida miró a su hermana durante un buen rato, muy pensativa. Tenía que reflexionar sobre ello, aunque tenía que admitir que estaba de acuerdo con su hermana. Era algo lógico, la verdad. Había aprendido hacía tiempo, por pura experiencia, las consecuencias del para siempre, del nunca jamás. No había podido escapar del horror de lo que era real e irrevocable. De los límites hacia los que se podía llegar. Nereida estaba confusa.
 ¡Tan confusa! Era algo admirable que su hermana pequeña hubiese alcanzado el valor para perseguir sus sueños.
-Entonces, aunque nada de lo que yo diga pueda impedir que os vayáis, tenéis mi bendición. Espero que lo consigáis. –Nereida le dio a su hermana un fuerte abrazo, tratando de que no se le escaparan las lágrimas. 
-Por cierto, Nereida. Si algún día queréis venir conmigo no tenéis más que mandarme una carta. Os estaré esperando a las afueras del reino.
-¿Pero por qué decís eso, si sabéis que yo no soy cómo vos? Nunca jamás seré capaz de alcanzar esa fuerza, de correr aventuras como las que podéis correr, hermana.
-Pero sé que en el fondo queréis lo mismo que yo, aunque no estéis muy segura de ello ahora.-dijo Ginebra. -¿Recordáis las cosas de las que hablábamos cuando éramos niñas?
 Nereida suspiró. Lo recordaba, ¡por supuesto que lo recordaba! La princesa era una de las hijas más obedientes de la reina Dayana, pero desde siempre había tenido ocultos en su interior unos sueños de gloria que solamente había compartido con Ginebra, y algunos con Elizabeth. Secretos que a ella le hacían sentirse algo incómoda de vez en cuando, deseos de gloria que sabía que nunca alcanzaría pero que a veces le pesaban como una quemazón.
 Una quemazón…
 De todos modos eran secretos nebulosos, nunca había tenido claro qué era lo que quería de verdad. Deseaba con todas sus fuerzas saberlo, pero ese secreto siempre había estado guardado allí, en su corazón. Como si hubiese nacido con ella.
-Descuidad, Ginebra. Os avisaré. Es más, me gustaría que me hicierais un favor. Si por casualidad os encontráis en vuestro viaje con un hombre de pelo moreno y parecido a Julian…-Nereida le ofreció a su hermana una descripción casi exacta del joven, el hombre con el que soñaba tantísimas veces y al que echaba de menos de tal forma que su dolor era casi físico.-decidle que le echo de menos…
-Ese hombre es Dick, ¿verdad?
-Cierto.
-De acuerdo. Si le veo se lo diré. Y de paso le diré unas cuantas cositas acerca de vos-Ginebra sonrió con petulancia. Luego le dio otro abrazo a su hermana.-Nos vemos, Nereida. Os escribiré cuanto antes.
 Tras decir estas palabras, atravesó las puertas que conducían a las afueras del reino, dio una vuelta sobre sí misma y desapareció entre chispas rojas y violetas.
-Vaya…-Nereida suspiró con tristeza y emprendió el regreso a palacio, con un montón de pensamientos arremolinándose en su cabeza…
 Ginebra se pasó varios días viajando, tratando de no pensar en lo que había dejado atrás. Se sentía triste por su familia, pero de todas formas se sentía casi siempre feliz por la decisión que había tomado.
 Estaba completamente segura de que a largo plazo se lo agradecería a sí misma, cuando fuese una anciana.
 Perfeccionó un poco su magia por el camino, dándose cuenta de que, aunque se le daba bien luchar y hacer otras cosas, lo que mejor se le daba era curar a la gente. Su magia era sobre todo curativa, cosa que la hizo muy pero que muy feliz.
  Cuando llegó a Hogwarts, habló con la directora y fue admitida enseguida. Y allí, Ginebra tomó la decisión de ocultar que pertenecía a la realeza…
  
 -¡Julian! ¡Qué bien qué os veo aquí!-dijo Victoria, corriendo hacia el muchacho, que estaba con una mano en el pomo de la puerta de sus aposentos.
-Yo también me alegro de veros, Victoria. Pensaba ir a veros a la hora de la cena.
-No hace falta.  La hora de la cena ya ha pasado y sé que vos ya habéis cenado mientras cazabais. He venido a hablar con vos. ¿Recuerda aquello de lo que hablamos mientras mi prima Ginebra andaba desaparecida?
-Cómo para no olvidarlo.-dijo Julian, esbozando  una sonrisa misteriosa.
-Bien, pues si a vos os parece bien, me gustaría mucho que hablásemos de eso más a fondo…-susurró Victoria con voz coqueta, poniendo ambas manos en el pecho de Julian.
-Lo que vos digáis, mi querida Victoria.-dijo Julian, abriendo la puerta de sus aposentos y tomando a Victoria por la cintura.
 Cuando estuvieron solos en la habitación, Victoria decidió ir directamente al grano. Cuando antes mejor. Así que le besó en la boca. Julian le siguió el beso encantado, conduciendo a Victoria hacia la cama mientras le acariciaba el pelo e iba bajando la mano. 
  Entonces, ambos cayeron en la cama, llenos de pasión, y perdieron totalmente el control…
   -Ya queda muy poco…-dijo Dick, mirando de un lado para otro. Su montura no parecía cansarse nunca. Dick no pudo evitar pensar que parecía un caballo de los infiernos, negro, con una energía increíble, podía correr durante kilómetros y más kilómetros.
 El joven estaba lleno de cicatrices y su blusa blanca estaba rasgada por todas partes, y cubierta de restos de sangre seca. Había pasado por muchas batallas, pero al fin lo había conseguido, había llegado a dónde quería.
 Le dio la señal a su caballo para que comenzase a correr, y el purasangre saltó del pequeño acantilado y corrió de camino al castillo, dónde se estaba celebrando un baile. Una fiesta de victoria. Dick se sentía henchido de orgullo y de poder antes lo que estaba a punto de hacer.
 Tenía el presentimiento de que si lograba que sus planes saliesen bien aquella noche obtendría la paz que tanto anhelaba. Así que desenvainó la espada y lanzó un grito de guerra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario