jueves, 23 de junio de 2011

16. El despertar de Luna

  Todo Vergalda se revolucionó tras enterarse de la desaparición de la joven Luna. Era una simple criada, pero era una chica fiel. Además, su desaparición significaba que había alguna clase de peligro allí, por lo que era impensable encontrarla, y rescatarla, aparte de acabar con aquel peligro que se había cernido sobre ella, fuera el que fuese. Todos se asustaron.
 Dayana dio por terminada la fiesta, mientras el resto de los guardias se dedicaba a buscar a Luna por todo el castillo. Y por las afueras también. Algunos hombres de la fiesta se quedaron también, para salir a caballo con Julian, a buscar por los alrededores.
 -¡Voy a salir fuera a buscar a Luna!-dijo Elizabeth, quitándose los zapatos y saliendo de palacio.
-¡Yo también!-dijo Adriana, sin importarle en aquel momento lo más mínimo que era de noche y de que seguramente nadie les permitiría salir a buscar a la joven criada. Pero tampoco les importó a las demás, que salieron detrás de ella. Incluso Inés, que al fin había podido escapar de esa distracción perenne suya que la había embargado durante toda la noche.
 Las chicas salieron junto a algunas personas más a buscar, llegaron a un lago que tenía muchísimas zonas fangosas. Se les mancharon los pies de barro a todos, pero poco importaba.
-¡Un momento!-dijo Inés de repente.-¿Alguien ha visto a Nereida?
-¡No!-dijo Anne, alarmándose aún más.-¡Hace horas que no se la ve!
-Genial…-dijo Yvette, llevándose la mano a la cara.-Seguramente a ella la habrán atrapado también.
-Pues…creo que iré a buscar a otra parte. Usaré algunas cosas que yo sé hacer para encontrar a Luna, si es posible…-murmuró Anne, mientras el resto de sus hermanas asentían. La conocían bien, y sabían que podía hacer algunas cosas para encontrar a su hermana. Cosas especiales. Eso era algo bueno, si servía para encontrar a Luna, y a Nereida.
 Pero entonces se oyó un grito en la noche.
 Aunque no lo oyeron ellas. Fue Julian el que lo oyó. Cabalgó hacia el origen de aquel grito, con la esperanza de que Luna se hallase allí.
 Pero no encontró nada de eso. 
 A quién se encontró fue a Nereida, que estaba a las puertas de Vergalda, con sangre en las manos y la mirada llena de terror.
-¿Nereida? ¿Qué os ha pasado?-Julian se acercó a Nereida para ayudarla. Pero ella lo miró y…se desmayó.
 Julian la levantó y la montó en su caballo, para llevarla de vuelta a palacio. Sería mejor dejarla con unos buenos médicos para luego seguir buscando. ¡Suerte que en Vergalda siempre había médicos sueltos por ahí!
 Nada más hacer esto regresó junto a la patrulla de búsqueda. Tenía algunas sospechas acerca de lo que le había pasado a Nereida, pero no quería indagar demasiado todavía. Porque no sería muy fácil enfrentarlo.
 Dayana estaba que echaba chispas, andando de un lado para otro, extremadamente nerviosa. ¿Se podía saber qué demonios estaba pasando? Últimamente no paraban de pasar cosas extrañas, la suerte les estaba jugando una muy mala pasada.
  Además, Luna…era su criada más fiel. ¿Qué haría ella si le pasaba algo? Si Luna hubiese tenido hijos otro gallo cantara, tal como pasó con su madre, Clara. Pero Luna no tenía hijos, era demasiado joven todavía…por lo que Dayana deseaba de todo corazón que no le hubiese pasado nada malo, que lo único que hubiese pasado es que la hubiese secuestrado. Y si era así, la rescatarían y punto, entonces todo volvería a ser como antes.
 Dayana deseaba con todas sus fuerzas que las cosas fuesen así. Quería que saliesen de ese modo, con un final feliz.
 Pero Dayana no vivía en un cuento de hadas. Vivía en un mundo en el que los finales felices no existían, en el que el mal ganaba siempre…
 -¡Pagarás por lo que les hiciste! Vos y los otros dos! ¡Juro que lo pagaréis!-dijo una voz desconocida.
 Nereida se llevó la cabeza a las manos y se echó a llorar. Se sentía atrapada en un universo de oscuridad, incapaz de salir, pero sintiéndose culpable. Y efectivamente lo era.
 Alzó el rostro y vio a una persona conocida arrodillada ante ella, mirándola con todo el odio del mundo. Nereida sintió que se lo merecía, y deseó con todas sus fuerzas poder recibir su condena correspondiente.
 Pero no pudo pensar en nada más, pues la oscuridad volvió a envolverla…
 Anne rastreó disimuladamente todo el lugar. No era demasiado experta en esto del rastreo, pero estaba segura de que Luna no podía haber salido del reino todavía, así que encontraría su olor por alguna parte.
 Y efectivamente, así fue.
 No tardó en llegarle un olor que reconoció como el de ella. Aquel agradable olorcillo de su sangre a fresas, tan característico de ella, mezclado con todos aquellos con los que ella trabajaba en las cocinas, mezclado con el perfume que se había echado aquella noche. Pero, para el terror de Anne, pudo percibir otro olor que llenaba su corazón de una congoja que odiaba con toda su alma.
 El olor a sangre derramada.
 Sería mejor que fuese ella a buscar a Luna primero, por si acaso. Ella sabría defender a la chica de un bandido si era necesario, o simplemente podría llevarse a Luna de allí antes de que fuese demasiado tarde.
 Si es que no lo era ya.
 Corrió como el mismísimo viento (literalmente) hacia dónde Luna se encontraba.
 Y efectivamente, la encontró.
 La chica estaba echada entre los arbustos, con una mano en el vientre, que estaba machando de sangre, resultado de una caída.  Pero también tenía otra mancha de sangre, una en el cuello. La habían mordido.
 Anne pudo ver una breve imagen del chico con el que bailaba Luna. No se había fijado demasiado en él porque los vampiros se distraían muy fácilmente, y aquella noche ella había estado muy distraída con otras cosas. Es más, sólo le echó  un breve vistazo,  si hubiese sido humana no habría sido capaz de recordarle ni por asomo, ni mucho menos con esa claridad.
 Pero entonces supo lo que le había pasado. Se alegró de haber venido sola, había sido una suerte, si los demás se hubiesen dado cuenta de lo que le había pasado…Anne se agachó junto a Luna, y la examinó, haciéndole caso omiso a la sed que le había entrado de repente. La muchacha se mordía los labios para no gritar, pero de vez en cuando se le escapaba un gemido desesperado de los labios. Anne olió la sangre, y lo que había dentro de ella, para comprobar el tiempo.
 -Es demasiado tarde para revertir el efecto del veneno…lo siento mucho Luna.
 La joven criada no fue capaz de responderle, simplemente volvió a gemir, para decir:
-Me duele…me duele mucho…¡me duele demasiado!-se quejó Luna. Sentía como todo su cuerpo comenzaba a arder. No era nada todavía comparado con lo que le esperaba, pero la ponzoña ya se le había extendido por todo el cuerpo.
-Tenemos que sacaros de aquí…vuestro hallazgo tendrá que esperar.-susurró Anne, cogiendo a la joven criada y llevándosela  a palacio…
Anne dejó pasar varios días de búsqueda, no quería dar ninguna pista acerca de lo que había pasado. Más concretamente, dejó pasar tres días.
-¿Se puede saber qué le ha pasado a Luna? ¿Es qué no la habéis encontrado todavía?-preguntó Dayana por enésima vez, preocupadísima, a sus hijas o a sus guardias. Y todos negaban con la cabeza.
 Hasta que Anne decidió que ya iba siendo hora de decir la verdad.
 -Madre, decidles a los guardias y a toda la patrulla que dejen de buscar. Hace días que encontré a Luna, la he dejado en los aposentos de los invitados.
-¿Qué?¿Y se puede saber por qué no habéis dicho nada?
-Porque a Luna le ha pasado algo de lo que nadie debe enterarse jamás…venid conmigo.-Anne comenzó a subir las escaleras, de camino a los aposentos de los invitados. Dayana la siguió, teniendo una vaga sospecha acerca de lo que le había pasado a Luna.
 Anne entró en los aposentos de los invitados muy por delante de su madre, con la intención de protegerla. Muy pronto Dayana supo por qué. Tuvo que llevarse la mano a la boca para no gritar de puro asombro.
 Luna estaba despierta, y ya completamente recuperada de sus heridas. Aunque esas heridas habían dejado un efecto permanente en ella.
  La chica tenía ahora un rostro con rasgos parecidos a los de Anne, aunque algo más redondeados. Estaba tan pálida como ella, y su cabello oscuro le caía en unas brillantes ondulaciones que la hacían parecer un ángel de Botticelli. Su cuerpo era más esbelto, elegante, al igual que todos sus movimientos.
  Pero sus ojos…eran del rojo más brillante que la reina había visto jamás.
-Dios mío…
 Luna se estaba observando al espejo, aún asombrada al mirar su nuevo rostro. Pero poco después se percató de la presencia de la reina. Y ella se dio cuenta, por cómo Luna se llevaba la mano a la garganta, de que también se estaba dando cuenta del olor de su sangre. Lo cual significaba, claramente, que ella misma estaba en un peligro muy pero que muy grave.
 Luna enseñó los dientes y se levantó. Pero Anne se acercó a ella y la cogió por los hombros.
-Estaos quieta, mi pequeña Luna…no pienso permitir que ataquéis a nadie, y menos aquí. Venid, os llevaré conmigo a cazar.
-Iré a decirles a todos que anules la búsqueda…pero hija, ¿    qué les digo?
-Decidles que ha muerto. He dejado unas pruebas falsas en los aposentos de Luna.
-Está bien.-dijo Dayana, marchándose de allí apresurada, pero sobre todo asustada.

  ¿Podría Luna hacer lo mismo que Anne? ¿Quedarse allí y controlarse tan bien como ella? Dayana lo dudaba muy mucho, pues cuando Anne había llegado ya tenía su tiempo, y Luna acababa de convertirse. Además, Luna y Anne…no era lo mismo.
 ¡Qué decisiones más difíciles tenía que tomar ahora!
 Mientras tanto, Adriana estaba furiosa con Nereida.
-¿Se puede saber en qué estabais pensando? ¿Salir a esas horas, y todo por una nota? No me esperaba esto de vos, hermana. Algo os pasa, ¡lo sé!
-Lo siento…sé que no debí hacerlo.-murmuró Nereida con un hilillo de voz. Ella también se había recuperado de sus heridas, pero no tenía más consecuencias que un montón de vendas en las manos y un dolor que se desvanecería en muy poco tiempo. Desde luego, no debería haberlo hecho. La princesa no le contó a nadie el por qué de su marcha, ni tampoco lo que había pasado allí, había sido una buena mentirosa a pesar de todo, pero aquello no le gustaba demasiado. Pero Julian se salvaba, ya que aquella nota no había sido falsificada por él, cosa que a Nereida le había quedado muy clarito aquella noche.
 Pero, desgraciadamente, lo que a ella le esperaba fuera era algo peor, mucho peor…
-No volveré a hacerlo, Adriana, lo juro…sólo es que estos días me he sentido como Ginebra…he sentido una extraña necesidad por el peligro.
-Pues más os vale que no se vuelva a repetir, ¡o si no juro que me chivaré a madre! ¡Y sabéis que cumpliré con mi amenaza!-dijo Adriana, marchándose a sus aposentos.
 Nereida suspiró y se sentó junto a la ventana más próxima, con un montón de pensamientos arremolinándose en su cabeza…
 El cielo estaba nebuloso aquel día, pero blanco como la nieve, por lo que estaba más claro que el agua que muy pronto comenzaría a nevar. Y encima qué habría una tormenta de nieve.
 Anne guió a Luna hacia una zona que estaba a las afueras de un pueblo, lejos del reino, aunque no demasiado, a decir verdad. Luna se llevaba demasiado a menudo las manos a la garganta, tuertísima de sed. Pero hacía todo lo que Anne le decía.
-Mirad, por allí es por dónde debemos cazar. Nunca debemos cazar cerca del reino, si no queréis que descubran lo que somos e intenten darnos caza a la gente como o nosotras.
-¿Intentarían matarnos?-Luna estaba segura de que era así, pero no sabía si podían matarles fácilmente o no. ¡Tenía tantísimas dudas!
 Anne asintió con la cabeza.
-Por supuesto que lo intentarían, pero es muy difícil matarnos, si eso llegase a pasar en Vergalda, lo único que provocaríamos sería un auténtico derramamiento de sangre…lo único que puede matarnos a nosotras es otro vampiro. Para matar a un vampiro hay que descuartizarlo y luego quemarlo, no existe otra forma de hacerlo. Es completamente imposible, somos demasiado fuertes.
-¡Vaya!-eso significaba que estaba a merced de Anne, que era más experta, pero de todos modos Luna sabía que no le haría daño. Siempre y cuando no matase a ningún miembro de la familia.
-Mirad, recogeremos parte de la sangre que cacemos, y la guardaremos para que podáis beber de vez en cuando, cuando sintáis sed delante de gente, para no descubriros. Eso si queréis quedaros aquí. Pero eso es algo de lo que hablaremos más tarde…
-¿Cazáis por aquí muy a menudo?
-A veces. Casi nunca cazo en el mismo sitio, pero a veces es necesario repetir. Todo depende del regusto de la sangre-dijo Anne, sacando los colmillos y preparándose para cazar. Luna hizo lo mismo, haciendo todo lo posible por no echar la cabeza hacia atrás y ponerse a gemir, muerta de la sed. Entonces comenzó a nevar, poquito a poco, pero dando el aviso de que pronto habría una tormenta de nieve.
-Cazar es muy fácil. Lo único que hay que hacer es dejarse llevar y escoger a la víctima adecuada. El resto es un juego de niños. Podéis alargarlo si queréis, o simplemente tomar a vuestra víctima. Por aquí.
 Anne salió corriendo hacia el pueblo, guiando a Luna hacia la plaza, dónde a aquellas horas había poquísima gente, aparte de unos campesinos jóvenes que estaban guardando su rebaño. Luna se mordió los labios al sentir cómo le llegaba el olor
-Es muy fácil…observad y aprended.
 Anne salió del escondite en el que ambas estaban y se acercó con lentitud a aquellos jóvenes, como si se tratase de una aparición misteriosa y fantasmal. Luna la contempló admiradísima, pero con algo de temor. Pero sobre todo con aquellas ansias de sangre molestándola siempre, continuamente.
 Los jóvenes se giraron y se quedaron asombrados al ver a Anne. No eran más que rudos campesinos, por lo que no tardaron en confundirla con un ángel, con una especie de diosa, como una aparición divina.
 Anne sonrió delicadamente, aumentando el hechizo de aquellos jóvenes. Pero, de todos modos, no tenía intención de alargar el juego durante demasiado rato, no para aquella primera vez de Luna, quién todavía no estaba preparada para jugar con los humanos.
 Así que, nada más llegar, le dirigió una miradita a Luna y cogió a uno de aquellos jóvenes por el pelo. Y entonces, le hincó los dientes en el cuello.
 Los jóvenes dieron un grito de sorpresa y de miedo al darse cuenta de lo que era ella, pero desgraciadamente ya estaban condenados, no tenían escapatoria alguna, Anne se encargó de ello nada más acabar con el primer chico y dejarlo caer al suelo, como si no fuese más que un envoltorio vacío de algo que había contenido cosas preciosas.
 Acabó con otro más, dejando a tres con vida. Le hizo una señal a Luna para que se acercase, mientras dejaba a dos en el suelo y le ofrecía a otro.
-Hincadle el diente y probar el sabor de la sangre por primera vez, mi querida Luna. Veréis que esto es lo mejor de lo que somos…-dijo Anne con voz satisfecha, la voz que se le quedaba después de beber sangre.
 Luna cogió al chico de la misma forma que antes lo había cogido Anne, y le hincó el diente con muchas más ansias que ella.
 La chica arqueó la espalda y se pegó más al chico al sentir por primera vez el delicioso sabor de la sangre. La sangre aliviaba aquel horrible fuego que le quemaba la garganta, pero eso no era lo único bueno de beber sangre. Le daba un placer indescriptible, divino, celestial, mucho más de lo que ella se hubiese esperado de aquello que antes había considerado como el mayor placer del mundo. Era la vida, todo lo bueno que contenía y lo que aquellos chicos no habían aprovechado. Y ahora era suyo.
 Terminó con él rápidamente, y miró a los otros dos con ansias.
-Quiero más.-dijo Luna con su nueva voz de campanillas doradas.
 -Y tendréis más.-dijo Anne, pasándole a uno de los chicos. Cogió al otro y le hizo un corte en la muñeca, del que manó la sangre, que recogió en una bolsa que ella llevaba en su ridículo.-Guardaremos algo de sangre para que podáis beber en situación de peligro.
 Luna asintió, ella había sido una chica práctica en su vida humana y no sería muy distinto en aquella nueva vida, y menos en algo como la sangre, así que cogió al otro muchacho y le clavó los dientes en el cuello, con ansias, dispuesta a lo que sea con tal de sentir aquel placer que había sentido anteriormente. Lo único que quería en aquel momento era experimentar ese placer una y otra vez.
 Cuando acabó con el campesino constató satisfecha que la sangre le había calmado el fuego de la garganta. Pero miró al otro con ansias mientras Anne terminaba de sacarle la sangre. El chico chillaba de dolor, pero ninguna hacía caso, hasta que finalmente los gritos cesaron y el chico murió. Por suerte nadie le oyó, pues se cumplió el pronóstico de la tormenta, durante la caza la tormenta de nieve fue a más, provocando el suficiente ruido como para que nadie le oyese.
-Y ahora a deshacerse de esos cuerpos.-dijo Anne, sacando unas cerillas y prendiendo fuego a los cuerpos. Así nadie sabría lo que les habría pasado. En realidad no era tan necesario, los campesinos no podrían hacer nada, pero Anne prefería no arriesgarse.
 Luego miró a Luna, haciéndole la pregunta que hacía tiempo que se moría por hacerle.
-¿Queréis quedaros con nosotros? ¿O deseáis viajar por vuestra cuenta?
-¡Oh, princesa Anne! Yo no quiero abandonaros, desearía quedarme, pero…
-Entonces quedaros por los alrededores durante un tiempo, viajad hasta que cumpláis el año. Cuando tengáis algo más de experiencia podréis regresar. Eso es lo que hice. Nos vemos mañana-Entonces ambas muchachas se despidieron y se marcharon en dirección contraria.

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