viernes, 17 de junio de 2011

11. Las transformaciones de Ginebra.

 Ginebra cerró los ojos y esperó. Por suerte no estuvo de ascuas durante demasiado tiempo. Unas bellísimas luces de color rojas y esmeraldas comenzaron a bailar a su alrededor rápidamente, envolviéndola en una dulce música que hipnotizaba.
 Ginebra abrió los ojos y se sintió fascinada por lo que acababa de crear. No sabía cómo lo había logrado, pero poco le importaba, ¡eran tan hermosas aquellas luces! ¡Y qué música! Aquello sin duda era magia en estado puro. Sonrió fascinada y trató de coger algunas de esas luces, para comprobar si se podía hacer algo con ellas. Sintió su tacto fresco y suave, pero transparente. 
 Aún así, podía cogerlas y jugar con ellas, como si fuese plastilina, y trazar formas nuevas. Si mezclaba los colores no lograba un color nuevo, pero se producían unas chispas que eran como estrellas. Un efecto fascinante.
 Ginebra avanzó, escondiéndose todavía más del baile. No quería que nadie la descubriese, aunque apenas pensaba en ello en aquellos momentos, estaba demasiado ocupada con la magia que acababa de crear.  Se pasó un buen rato así, jugueteando con las luces y manteniéndolas, sin importarle lo más mínimo que se pudiese hacer algo con ellas o no, y sin saber lo que eran exactamente aquellas luces.
 Pero entonces, vio algo.
 La joven princesa dio un respingo y reculó para atrás. En sus manos las luces habían comenzado a tomar forma, y unas escenas se estaban creando en ellas, como si fuese una bola de cristal. Y poco después los colores cambiaron, se formó una escena que era sospechosamente parecida a los recuerdos que se les pasaban a las personas por la cabeza. Ginebra al principio se asustó, pero luego se quedó allí contemplando con curiosidad qué era lo que se estaba mostrando en esas luces…
 El hombre moreno sacó su espada y miró de un lado para otro, lleno de curiosidad. No tenía ningún miedo, pero aún así estaba alerta. Más le valía no bajar la guardia jamás.
 Se abrió paso por el cementerio, todo lleno de mugre y de olor a muerte. Tenía que salir de allí cuanto antes. Estaba seguro de que había intrusos por allí. Pero no tuvo la ocasión de escapar.
 Unas sombras aparecieron detrás de él, con la intención de ser silenciosas, pero no les funcionó demasiado bien, porque el hombre les descubrió ipso facto. Parecía estar muy acostumbrado a hacerlo. Les dio varios golpes con la espada, pero no les dio a ninguno, ya que las sombras eran demasiado rápidas. Miró de un lado para otro, más alerta que nunca, preparado para dar cualquier otro golpe.
 Y de arriba le llegó. Recibió un zarpazo en plena cara que le hizo caer al suelo. Se levantó con sangre en el rostro, pero no pareció notar el dolor.
-¡Venid aquí, malditos cobardes!-gruñó malhumorado.
 Parecía ser muy hábil con la espada. Inició un baile en el que se esforzó al máximo por vencer a aquellas sombras, pero, aunque hizo lo que pudo, no logró hacerles ni un rasguño. Las dos sombras le dieron tantos golpes que finalmente decidió que lo más sensato sería retirarse con honor.
 No supo muy bien cómo se las arregló para escapar, pero de hecho lo logró. Se las arregló para distraer a las dos sombras y salió corriendo del cementerio, prometiéndose a sí mismo que tarde o temprano les vencería.
  Cuando el hombre se fue, las dos figuras se quitaron la capucha. La joven princesa vio los rostros de dos hombres atractivos, dos hombres rubios y con sonrisas escépticas.
-Ya volverá. Démosle un poco de tiempo.-dijo uno de ellos.
 Lo último que oyó Ginebra fue al fugitivo, que tratando de no sentirse un cobarde murmuraba para sí.
-Esto lo hago por vos, mi bella dama…sólo por vos…
 Entonces aquella visión quedó convertida de nuevo en una bola de cristal de luces. Ginebra no se podía creer lo que acababa de ver, y la verdad es que tampoco sabía dónde se hallaban esos lugares.  ¿Dónde estaría aquel lugar? ¿Y quiénes eran esas personas? ¿Sería aquella visión un sueño, un recuerdo de alguien…quizás la predicción del futuro? La verdad es que Ginebra se inclinaba más por esto último.
-Caramba…-murmuró, pensativa. ¿Cómo averiguarlo?-la joven princesa siguió manejando las luces, pensando. Claro que le iba a costar, ya que era nueva en esto. Pero no pensaba dejarlo, a pesar de que la magia se consideraba una herejía en el reino. Había descubierto que la magia era algo demasiado hermoso como para ser sacrificado, hacía mucho tiempo que ella lo sabía, pero fue en aquel momento cuando decidió no controlar lo que era.
 En esas cavilaciones estaba sumida, cuando de repente, oyó algo.
 Un sonido extraño, que provenía del bosque. Sospechosamente parecido al que había escuchado en aquella visión. La chica retrocedió un par de pasos, algo asustada. Pero sentía curiosidad. ¿Iría a comprobar lo que había en el bosque?
 Decidió hacerlo.  A sus dieciséis años no tenía la sensatez de su hermana Nereida o de Elizabeth (aunque era más inteligente y sensata que las demás, aunque le encantaba el riesgo.) Así que corrió silenciosamente hacia el bosque, guardando las luces en sus manos, concentrándola toda. Le daba pena hacerlas desaparecer tan pronto.
 El bosque daba bastante miedo aquella noche, la verdad. Había demasiado silencio, que podía ser cortado en cualquier momento aunque fuese por el crujido de una rama. Ginebra procuró no hacer ruido, cosa que se le daba muy bien. Deseó poder tener a mano su capucha negra, ya que hacía un poco de frío. Además, era muy adecuada para ocultarse entre las sombras de la noche.
 Poco después de andar por el bosque, se arrepintió de haberse adentrado. Porque descubrió cuál era el origen de aquel sonido misterioso.
 No era ninguna sombra como las que había visto en la visión, pero era algo igual, o quizás más peligroso.
 Ginebra había visto a un vampiro.
-Vaya...pequeña… ¿qué hacéis aquí tan sola en el bosque?-dijo en un tono muy meloso. El vampiro era muy atractivo, uno de los hombres más atractivos que Ginebra había visto en su vida, pero daba bastante miedo. Sus ojos rojos brillaban con una fuerza extraordinaria, y sus labios parecían entreabrirse por el hambre. La chica le podía ver perfectamente los colmillos.
-Yo nada…sólo paseaba por aquí. Creo que debería regresar a casa…
-Esperad un momento…-el vampiro le impidió el paso, con una sonrisa fingidamente amable.- ¿Es que no queréis dar un paseo conmigo, preciosa?
-¡Ya le he dicho que he de regresar a casa! Mi familia me está esperando…-Ginebra supo muy pronto que el vampiro no iba a dejarla escapar. Tenía que pensar algo, y pronto, porque si algo sabía a aquellas alturas de los vampiros es que su mente iba a toda velocidad. Pronto lo supo cuando vio lo deprisa que Anne aprendía las cosas. Demasiado deprisa, cosa de la que se daba cuenta ahora.
 Suerte que podía hacer algo. En aquel momento se alegró, en caso contrario habría estado segura de que hubiese estado condenada.
-¡Quiero irme de aquí! ¡Vais a dejarme en paz!-la joven se concentró en el vampiro, tratando de rescatar algún hechizo de la memoria, cosas que había hecho en el pasado a escondidas. Entonces supo lo que debía hacer. Se concentró en el vampiro mientras éste se acercaba a ella poco a poco, tratando de disfrutar de su miedo (cosa que suelen hacer casi todos los vampiros), y entonces, pensó en el hechizo, conjurándolo mentalmente.
 Entonces, el vampiro comenzó a arder.
-¡Aaaaaaaah! –gritó el vampiro. El grito resonó tan fuerte que Ginebra se temió que lo oyeran en palacio, por lo que se apresuró a huir para regresar a casa. Pero el vampiro, aún en llamas, fue más rápido que ella. La alcanzó y le dio un mordisco en el cuello.
 La joven chilló de dolor, mientras el vampiro se marchaba para tratar de apagar las llamas. Cayó al suelo y estuvo rodando durante mucho tiempo, entre zarzamoras y plantas que se le enganchaban en el pelo y en el vestido.
 Y, finalmente, se detuvo escondida entre unos cuantos arbustos, inconsciente…

-¿Dónde estará Ginebra? Hijas mías, ¿no la habéis visto?-preguntó la reina Dayana. Parecía estar preocupadísima por su hija.
 Las hermanas de Ginebra negaron con la cabeza, incluida la pequeña Bellatrix, que se aferraba su muñeca con temor. Deseaba que su hermana regresara a casa, y pronto.
-Enviaré guardias para buscarla… ¡todos los guardias! ¡No pararemos hasta encontrarla!-gritó Dayana yendo de un lado para otro, llamando al general Baptiste.-Por favor, convoque a todos los guardias, hay que iniciar una patrulladle búsqueda inmediatamente. ¡Pero ya!
-Enseguida, Majestad-dijo el general Jean Baptiste.
 Las chicas no tuvieron más remedio que regresar a sus aposentos, dando por finalizado el baile y deseando con todas sus fuerzas que a la mañana siguiente su hermana hubiese regresado en casa. ¡O mejor todavía, que estuviese allí como si nada! Qué se despertasen y la encontrasen allí, como si nada hubiese pasado, como si ella no se hubiese esfumado en el aire…
 Pero pasó una semana y media y nadie la encontraba. Nereida se temía lo peor. Aquellos días no se estuvo quieta, siempre estaba yendo de un lado para otro. Buscaba a su hermanita pequeña por el castillo o fuera, a caballo, o cumplía con sus tareas. No quería estarse quieta, ya que si lo hacía comenzaría a sentirse embargada por su preocupación y su impotencia. Y ya no estaba segura de poder soportarlos más, sentía que en cualquier momento su fuerza de voluntad podía flaquear, y su resolución, aquella que había tomado aquel día en la cuadra, podía venirse abajo en cualquier instante.
-Estoy seguro de que la encontraremos.-dijo Victoria, que en aquellos días estaba de visita en palacio.
-Seguro, aunque espero que no le haya pasado nada. Pensé que este sitio era seguro, al menos comparado con otros en los que he estado.-Julian sabía perfectamente de lo que hablaba, por pura experiencia.
-Y lo es, aunque… ¿quién sabe lo que habrá pasado? Este mundo es de locos,  puede pasar cualquier cosa.
-Cualquier cosa…-susurró Julian, mirando fijamente a Victoria. La joven le miró con suspicacia.
-¿Se puede saber en qué estáis pensando? ¿Es aquello en lo que estoy pensando?
-¡No, no es momento para eso!-dijo Julian de inmediato.
-Entonces ya sé en lo que estáis pensando, aunque no me lo digáis en este momento…ya hablaremos de eso cuando se solucione todo esto y aparezca mi prima…ya lo haremos…-Victoria se levantó para encaminarse al comedor, mientras le dirigía una sonrisa coqueta a Julian. Una sonrisa fugaz, pero que lo decía todo, absolutamente todo. Julian sonrió misteriosamente y se marchó en dirección contraria…
-¡Princesa Nereida! ¡Princesa Nereida!-Luna corría para acercarse a Nereida, quién en aquellos momentos estaba en la biblioteca, examinando las estanterías, pero sin encontrar nada que le interesase leer.
-¿Qué es lo que pasa, Luna?
-Otra carta…pero ésta tiene remitente.
-¿Qué…?-nerviosísima, la chica prácticamente le arrebató la carta de las manos a la joven Luna. Miró el remitente. Ya iba a devolverle la carta a Luna, al ver que no era quién creía que era, cuando reconoció la letra.
-Muy bien. Podéis retiraros, Luna.
 Mientras Luna se marchaba, Nereida se sentó y abrió la carta. No era más que una misiva que decía:
Reuníos conmigo en la Cueva de Agua. Cuanto antes mejor, os estaré esperando allí.
 No ponía firma, pero Nereida sabía perfectamente quién era. Esta carta no la rompió, simplemente se la guardó en su ridículo. Se levantó y se montó en su caballo, dispuesta a llegar a la torre de agua cuanto antes.
 Tardó bastante en llegar, apenas comenzó el crepúsculo llegó. Siempre le había gustado la Cueva del Agua, por el día estaba muy iluminada y el agua estaba deliciosa, tanto para beber de ella como para bañarse.
 Y allí, en una roca, estaba su hermana Ginebra.
 Nada más verla Nereida corrió hacia ella, sintiéndose aliviadísima de encontrar a su hermana sana y salva. Pero, cuando se acercó a ella, vio algo que la hizo retroceder.
-Dios santo… ¿qué os han hecho?
 Ginebra se bajó se la roca y miró a Nereida con nerviosismo y con la mano extendida, como queriendo retener a su hermana. La muchacha estaba muy pálida y tenía los ojos rojos. Y tenía unos rasgos muy parecidos a los que Anne tenía ahora.
 No se lo podía creer, pero Ginebra había sido convertida en un vampiro.
-¿Quién os ha hecho esto?
-Un vampiro me atacó la noche del baile. Fue horrible, Nereida, las seis horas más espantosas de toda mi vida…
 Nereida sentía ganas de huir, pero no lo hizo. ¡Era su hermana! Así que se acercó a ella y le preguntó.
-¿Habéis matado a alguien?
-No…aparte de unos cuantos pájaros es horrible…
-Deberíais haber llamado a Anne. Ella…
-Es que…
 Pero Ginebra no pudo decir nada más porque, de repente, sintió un frío mortal que la hizo caer al suelo de rodillas.

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