jueves, 23 de junio de 2011

17. Catherine e Isaac de Aragón.

 El tiempo pasó más lentamente todavía después de la marcha de Luna. Es cierto que no era una despedida para siempre, pero era casi igual de triste que la marcha de Ginebra, sentimiento que quedó agudizado cuando la reina Dayana anunció, como excusa, que Luna había muerto, para que nadie descubriese que la muchacha era un vampiro. Todos estuvieron tristes, pero por suerte llevaban cierta esperanza en sus corazones, debido a la posible vuelta de Luna. Si lograba ser como Anne, entonces no había nada que temer. Eso sí, tendría que hacer uso de una identidad falsa, aunque no era necesario que se cambiase el nombre. Le pegaba, ahora era pálida como la propia luna.
 Angélica se alojó en el castillo los últimos tres meses de su embarazo, debido a que Enrique se había visto envuelto en otra guerra, su reino se estaba llenando de soldados y de planes secretos, y Enrique no quería que un imprevisto pudiese hacerle daño a Angélica o al bebé.
 Así que Angélica se quedó allí durante aquel tiempo, algo preocupada porque el parto llegase a ser difícil, debido a lo gorda que se estaba poniendo y lo débil que se sentía a veces. Pero estaba más preocupada por el bebé. Deseaba que naciese sano y salvo, sin que nada le pasase. Era su primer hijo, y le daba igual que fuese niño y niña, lo importante es que era el hijo del amor, el hijo de Enrique y de ella.
 Sus hermanas la cuidaron con vehemencia, haciendo lo posible para que no hiciese ningún esfuerzo y se tomase cosas que supuestamente harían a la criatura más sana. Sobre todo Adriana e Inés, que veían en su futuro una próxima boda, y deseaban prepararse para su futura maternidad. Nereida estaba casi igual, aunque le costaba mucho imaginarse como madre. En sus sueños se imaginaba que él y ella eran los padres de varias criaturas…
 Pero, desgraciadamente, era eso lo que le parecían: sueños. Sueños que no llegarían a cumplirse jamás.
  Y entonces el tiempo pasó y llegó la hora del parto. Fue un parto bastante difícil, y que duró muchísimas horas, tal como Angélica se temía. Fue asistida por sus hermanas y por Katherine, la curandera que había llegado para sustituir a Luna, que aparte de cumplir con sus funciones curaba con sus hierbas algunas enfermedades, y asistía partos, lo cual les fue muy útil, pues comadrona era muy buena. Es más, si no hubiese sido por sui ayuda es muy probable que Angélica no hubiese sobrevivido al parto.
 Pero sobrevivió sana y salva, al igual que…los dos bebés que tuvo. Un niño y una niña perfectamente saludables a los que se les puso el nombre de Catherine e Isaac de Aragón. Dos bebés rubios que lloraban mucho y que se reían otro tanto, dos criaturas que parecían angelitos.
 El día del parto, cuando Angélica los vio por primera vez, se sintió la persona más afortunada de mundo. Y efectivamente, lo era…
-Angélica…son preciosos…¡habéis sido muy afortunada!-dijo Nereida días después del parto, mientras cogía a la pequeña Catherine en brazos. La niña estaba despierta y miraba de un lado para otro, como si tuviese ya curiosidad por aprender cosas del mundo que la rodeaba.
 Era una niña muy tranquila, comparada con su hermano Isaac, que prometía ser algo más trasto de mayor, aunque nadie estaba muy seguro todavía, debido a lo pequeño que era. Elizabeth cogió al niño de su cunita y se lo pasó a Angélica, que se estaba recuperando del parto en sus aposentos. Angélica le dio un beso en la frente a la criatura y sonrió. Sus sonrisas eran más radiantes e iluminadas desde que nacieron los dos bebés.  Tanto que se lo contagiaban a los demás.
 Nereida tapó a Catherine con su mantita y comenzó a hacerle cucamonas. Su voz era muy dulce, por lo que la niña levantaba las manitas y cerraba los ojitos, como si estuviese hipnotizada. Le gustaba la voz de su tía. Pronto se quedó dormidita.
-¡Nereida, cuándo los niños lloren por la noche os llamaré a vos para que les cantéis!-dijo Angélica con una risita.
-¡Me alegro, hermana!-Nereida dejó a la niña en su cunita y se echó a reír también, algo pensativa. Le costaba mucho imaginarse a ella misma siendo madre, aunque a decir verdad, le encantaban los niños.
 Se sentía, al igual que las demás, algo mejor desde que nacieron las dos criaturas. Eran como el soplo de aire fresco que Vergalda necesitaba, de eso no cabía duda alguna.
  Dos nuevas vidas que traerían algo nuevo. Un nuevo porvenir.
 Entonces alguien llamó a las puertas de los aposentos de Angélica.
-Adelante-dijo ésta.
 La puerta se abrió lentamente. La pequeña Bellatrix entró seguida por la reina Dayana, quién miraba con orgullo a su hija y a sus dos nietos.
 Bellatrix se acercó a la cunita de los bebés.
-¡Son preciosos! ¿Puedo darles un besito en la frente?-dijo mirando tímida a su hermana.
-¡Por supuesto, Bellatrix, cariño!-dijo Angélica con una sonrisa. Bellatrix les dio a los dos bebés un  besito en la frente, y puso un dedo en la manita de Isaac. El bebé le apretó el dedito, medio dormido, y Bellatrix soltó una risita.
-¡Qué fuerte es el pequeño Isaac! ¡Estoy segura de que de mayor será todo un caballero!-dijo encantada. Bellatrix le echó un rápido vistazo a sus hermanas y suspiró. Admiraba mucho a todas y a cada una de sus hermanas, y deseaba con todas sus fuerzas poder llegar a ser algún día como alguna de ellas.
 No estaba muy segura de a quién admiraba más, pero por ahora poco le importaba. De mayor ya decidiría a quién parecerse más. Como se había dicho otras tantas veces, mientras tuviese su poesía, todo lo demás estaba bien.
-Con una nueva vida que nace, una nueva esperanza renace…-citó, recordando una de sus mejores poesías. La niña se alegraba muchísimo de saber escribir. Poner sus poesías por escrito era mucho mejor que tener que recordarlas de memoria.
-¡Hija, estáis hecha toda una poetisa!-Dayana le pasó la mano por el pelo de la niña, y luego miró a los bebés.-Angélica, estoy muy orgullosa de vos. Habéis creado algo muy hermoso.
-Lo sé, madre.-dijo Angélica, mirando también a las criaturas.
-Enrique se sentirá muy feliz cuando los vea. Por cierto, ¿cuándo regresará?
-Ayer recibí una carta suya. Dentro de dos días estará aquí, aunque él quiere que nos quedemos un poco más, hasta que pase el peligro.
-Y podréis quedaros todo el tiempo que queráis, desde luego.-dijo Dayana con convicción. –Por cierto, Elizabeth, Nereida, tenéis que pasaros por mi despacho. Allí os está esperando Julian, desea hablar con vosotras dos, aunque no sé muy bien el por qué.
 Elizabeth y Nereida parecieron muy sorprendidas, pero asintieron y salieron de los aposentos de Angélicas, algo preocupadas y lanzándose la una a la otra miraditas de soslayo.
-No me lo puedo creer…estoy segura de que la pequeña Catherine será una excelente princesa.-dijo Dayana.-Me recuerda a vos cuando erais pequeña. Aunque los ojos parecen ser de Enrique.
-Más bien son de la abuela.-dijo ella.-Pero se parece en algunas cosas a mí. Y espero que cuando crezca haya heredado otras cosas de mí.-Dayana frunció el ceño un instante ante lo que acababa de decir Angélica, pues sabía muy bien a lo que su hija se estaba refiriendo.
Pero en fin, poco importaba eso ahora…Catherine e Isaac de Aragón eran muy pequeñitos todavía, no tenían que preocuparse demasiado por cómo iban a ser de mayores, al menos no todavía.
 Eso era sin duda una de las mejores cosas de la infancia.
 -Bueno, Angélica, creo que deberíais descansar un poco. Katherine se encargará de ayudaros con los bebés si se presenta algún problema.-dijo Dayana, con una sonrisa nerviosa.-Katherine no era tan eficiente como Luna en sus funciones, en parte porque su especialidad era la de la curación, pero tampoco era mala. Estaba bien, sin duda era lo mejor que podía encontrar después de la desaparición de Luna.
 Por lo menos hasta que ella volviera. Pero claro está, las cosas iban a ser muy distintas cuando Luna volviese. Quizás demasiado.
-De acuerdo, madre. Hasta luego, hermanas.-murmuró Angélica, acomodándose en las almohadas, dispuesta a echar otro sueñecito. Al menos, hasta que los bebés comenzasen a dar algo de guerra.
  Dayana y el resto de sus hijas se marcharon entonces, de vuelta a sus quehaceres o a aquello que estuvieran haciendo antes de pasarse por los aposentos de Angélica…
-¿Qué creéis que querrá Julian, Elizabeth?-le preguntó Nereida a su hermana, quién de vez en cuando se toqueteaba su cabello suelto.
-No lo sé, eso deberíais saberlo vos mejor que yo, ¡se supone que le conocéis mejor!-exclamó Elizabeth.
-¿Conocerlo mejor? ¿Yo? Mi querida hermana, en esta vida nunca se llega a conocer a nadie de verdad, aunque no lo parezca. Cada persona tiene algo en su interior a la espera de ser descubierto. Secretos oscuros, sobre todo.-dijo Nereida con cierto deje de amargura.  Creía de veras en lo que acababa de decir, pues hacía tiempo que ella creía conocer a Julian, pero acontecimientos posteriores le habían demostrado justamente lo contrario.
Elizabeth no tuvo tiempo de responder a aquella pregunta, pues ya habían llegado al despacho de su madre.
 Allí estaba Julian, esperándoles, y no traía cara de muy buenos amigos. Se paseaba de un lado a otro furiosísimo, hecho un basilisco. Nereida tenía la impresión de no haberlo visto tan furioso desde la última vez que lo vio en Alemania…
-Julian…-preguntó Elizabeth con suavidad mientras entraba en el despacho, agarrada a la mano de Nereida, y algo temerosa.-¿Se puede saber cuál es el motivo que os ha llevado a convocarnos en el despacho de nuestra madre a Nereida y a mí?
-Muchas cosas.-dijo Julian, con una voz ronca. Era justamente la que ponía cuando se enfadaba, y mucho. Nereida tuvo un escalofrío.-La primera de ellas, que se acerca algo peligroso al reino.
-¿Algo más?-susurró Elizabeth.
-Sí, señora, algo más. Pero algo que provocaron ustedes, mis queridas princesas. Lo que ustedes hicisteis en Alemania provocó algo muy grave.
-¿Se puede saber hacia dónde queréis llegar?-dijo Elizabeth, poniéndose muy pálida. No le gustaba nada de nada que le hablasen de Alemania, ni de lo que había tenido que pasar allí. Sobre todo porque aquello le recordaba al hombre al que ella había amado tanto, y al que había perdido. Evocar aquellos recuerdos pasados la ponía muy pero que muy triste.
 Con Nereida sucedía otro tanto.
-¿Acaso no recordáis quién era vuestro amado?-dijo Julian mirando a los ojos a Elizabeth.-Bruno…aquel Bruno…
 Elizabeth dio un respingo. ¿Cómo sabía Julian su nombre? Si estaba segura de que no le había conocido.
 De todos modos, había muchísimas cosas de las que ellos no habían hablado. Habían estado juntos durante muy poco tiempo, apenas habían tenido tiempo para hablar, para conocerse mejor, o para amarse con más libertad.
 Habían tenido tan poco tiempo para hacer tantas cosas…una lágrima se le escapó a Elizabeth, pero no respondió. Nereida puso las manos en los hombros de Elizabeth, tratando de consolarla.
-Bruno era un rebelde…¡qué atentaba contra nuestra seguridad!
-¿Queréis ir al grano ya de una vez, Julian? ¿Qué clase de rebelde? Hay muchos rebeldes en este mundo, herejes de toda clase y de todos los colores, gitanos, protestantes…-dijo Nereida, enfadándose con Julian a pesar del temor que le había provocado su enfado. Del espantoso temor que sentía, pues algo en los ojos de Julian le decían que habría tormenta.
-Pues un rebelde de los oscuros…de los que vos y yo conocemos. Recordar que mi hermano también lo es. ¡Un rebelde! ¡Un puto rebelde!-exclamó Julian casi a voz de grito. Nereida se sintió alarmadísima de que lo mencionase, e iba a decir algo para protestas cuando Elizabeth, levantando la cabeza de repente, le dio una bofetada a Julian.
-¡No se os ocurra decir blasfemias semejantes en mi hogar! ¡No os consentiré que habléis mal de Bruno, ni de vuestro hermano! Además, eso os podría meter en un lío.
-¡No, a mí no, porque yo escogí el camino fácil! Y ya es hora de que vosotras os deis cuenta de quienes eran ellos.-gritó Julian, cada vez más furioso. Luego, en vos más baja, siguió hablando.-Los rebeldes han provocado una guerra por aquí cerca, por lo cual llegarán aquí de un momento a otro…¡una guerra muy gorda se acerca!
-¡No, eso no puede ser cierto!-exclamó Elizabeth, tapándose la boca con una mano. Se moría de ganas de olvidarse por completo del horror de semejante anunciación
-¡Lo es! ¡Por eso os necesito a vosotras! ¡Sólo vosotras podéis detener esta guerra que se avecina!-dijo Julian, pasando la mirada de una a otra, concentrado en parte en aquella conservación y por otra parte en unos pensamientos cada vez más amargos.
 En realidad,  no estaba demasiado preocupado por la guerra en sí, Vergalda no le preocupaba demasiado. Lo que en realidad le preocupaba a Julian era que alguien a quién él conocía muy bien se presentase aquí y le leyese la cartilla. La jefa de los aliados, como él los llamaba en secreto…
 Si venían, él se vería metido en un buen lío. Y eso no le interesaba lo más mínimo, la verdad. Si en aquel momento hubiese tenido delante a su hermano o a Bruno, él mismo se habría encargado de matarlos a los dos de una buena paliza.
  Pero en aquel momento no tenía más remedio que arreglar la situación en la que desgraciadamente se hallaba sometido.
-Nereida, sé que esto os va a molestar…pero tengo que hablaros de una cosa que os va a escandalizar aún más. Pero debéis saberlo, de todos modos. Lo que deseo que hagáis para que solucionemos esto.
 Elizabeth iba a protestar, pero Nereida la hizo callar con una mirada que decía muchas cosas. Elizabeth supo enseguida lo que quería decir. Escucharían lo que Julian tenía que decir, y luego se encargarían ellas de mandarle a paseo. Nereida sabía como hacerlo, por lo menos conocía a Julian hasta ese punto. Y Elizabeth, a pesar de todo lo que había pasado, confiaba en su hermana.
 Así que ninguna de las dos dijo nada, y miraron fijamente a Julian, dispuestas a escuchar todo lo que él tenía que decir.
 Julian suspiró, y mirando a las dos hermanas fijamente, con algo de tristeza incluso, comenzó a hablar. Estaba menos enfadado, pero esa furia se estaba convirtiendo en tristeza.
-Aquellos rebeldes de los que os estoy hablando pertenecen a una organización secreta que pretende desmantelar el sistema que todos conocemos hoy en día…la Iglesia, la monarquía, todo, simplemente todo…-dijo Julian como única explicación para definir lo que eran. Ni Nereida ni Elizabeth serían capaces de recordar esta definición hasta años más tarde.-Son unos anarquistas, aunque lo que los mueve es algo que desconocemos, y mucho. Unos herejes que tienen una nueva religión. Pero poco sabemos de ella. Y lo que Bruno provocó fue desmantelar por completo un pueblo entero, que se rebeló contra su religión, contra su rey, contra todo lo que estaba escrito. Y esto ha provocado muchos problemas. Bruno dijo que Vergalda se levantaría, que eran ellos los que darían a conocer la llamada verdad…-Julian se estremeció al mencionar esta palabra, Nereida miró a Julian extrañada y algo nerviosa. Esa palabra le sonaba, aunque la chica no lograba recordar el qué, la verdad.
 En el fondo, no quería hacerlo. Decirlo de esa forma le daba un significado misterioso, pero que prometía ocultar algo grandioso, casi divino.
-Y eso ha provocado que Noruega entera les haya declarado la guerra, se está extendiendo el rumor por ahí y es probable que pronto nos declaren la guerra. Y lo que Elizabeth tiene que hacer es ir ahí y decir que Bruno iba borracho…nadie más se enterará aparte de unos pocos, lo suficiente para acallar todos esos rumores…y a ella la creerán, ya que era…su amante.
 Elizabeth se puso pálida como la cera al oír estas palabras. Sintió unas ganas tremendas de darle un buen bofetón a Julian, pero se contuvo. Quizás se lo diese más tarde, cuando estuviesen a solas.
 En aquel momento, simplemente respondió:
-Ni hablar. Jamás haré semejante cosa.
-¿Y pensáis dejar que vuestro pueblo quede sumido en una guerra que promete ser de todo menos amistosa?-Julian sabía muy bien que sería sangrienta. Además, en el fondo también quería lo que Elizabeth se temía: humillar a Bruno, profanar su memoria.
 Y aquello era algo que Elizabeth no estaba dispuesta a permitir. Su vos sonó firme y furiosa:
-Ni hablar. Me niego a hacer semejante cosa. ¡Jamás profanaré la memoria de Bruno de semejante forma! Antes tendréis que pasar por encima de mi cadáver.
 El rostro de Julian se tornó frío como el hielo, y sus ojos se volvieron muy duros al mirar a Elizabeth, antes de decir:
-Bien. Pues tengo formas de obligaros. A las dos.
 Julian se acercó a una estantería que había detrás de él, y sacó de un fondo doble (que probablemente había construido él mismo en un descuido de la reina)unos documentos que demostraban sin duda alguna cosas que Elizabeth no quería que nadie supiese, y que eran pruebas que no debían salir a la luz jamás.
-Si no lo hacéis, le mostraré esto a vuestra madre y a las autoridades eclesiásticas. Y ya verán ellos lo que hacen con vos.
 Elizabeth estuvo a punto de desmayarse, Nereida incluso tuvo que sostener a su hermana para que no se desvaneciese. Elizabeth se sentía fatal, muy pero que muy mal.
 Estuvo durante un buen rato sin decir nada, mirando esos papeles que Julian se negaba a darle y que demostraban algunas de las cosas que ella había hecho con Bruno.
 Ella se vería metida en un gran problema si aquellas pruebas llegaban a ver la luz. Así que murmuró para sus adentros, sintiéndose la peor persona del mundo entero:
“Lo siento mucho, Bruno”
   La princesa agachó la cabeza, y sin mirar a Julian, ni tampoco a su hermana, dijo en un hilo de voz:
-De acuerdo, lo haré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario