miércoles, 8 de junio de 2011

3. Secretos.

   A la mañana siguiente después del baile, Ginebra se levantó muy temprano. Se arregló y se vistió lo más rápido que pudo, y llamó a la puerta de la habitación de su hermana Nereida. No sabía si estaba despierta, pero si no lo estaba igual daba, ya se encargaría ella de despertarla.
-¡Adelante!-dijo una suave voz.
 Ginebra abrió la puerta suavemente y entró en los aposentos de su hermana. Eran unos aposentos algo sobrios, de colores elegantes y pocos adornos, pero de un estilo exquisito. Nereida tenía buen gusto.
-¡Vaya, qué pronto os arregláis!
 Efectivamente, Nereida estaba sentada delante de su tocador, arreglándose muy minuciosamente. Poniéndose un maquillaje más sencillo que el de la noche anterior, peinándose en pelo en un moño complicado que a ella le gustaba mucho llevar, y comprobando si tenía o no algún defecto.
-Claro, no me gusta presentarme fea…vos deberíais hacer lo mismo.
-¿Me estáis llamando fea, hermana?-Ginebra se cruzó de brazos, divertida.
-No, pero no os vendría mal.
-Por dios, si yo me arreglo más que vos.  Ginebra cogió el pelo de Nereida y la ayudó a hacerle el moño-lo que queréis es presumir.
-Quizá.-Nereida se encogió de hombros y se dejó ayudar.- ¿Qué os pareció el baile al final? No me dio tiempo de preguntaros nada, al acabar el baile estaba… ¡tan agotada! No recuerdo haber bailado más en toda mi vida, lo juro.
-¡Pues a mí me encantó! Fue muy divertido bailar, sentirse mayor, pero…-Ginebra se detuvo algo vacilante mientras le colocaba a su hermana piedrecillas en el moño, gemas de un color distinto cada una.
 -¿Pero qué? Os veo preocupada.-Nereida era una de las mayores, y tenía algo así como un sexto sentido para averiguar si a alguna de sus hermanas les pasaba algo o no.
-No sé, Nereida, pero es que las conversaciones me parecieron tan… ¡insulsas! Todas faltas de sentido. Además, no vi en aquellas gentes cosas agradables. Hipocresía, frialdad, frivolidad… ¡demasiada frivolidad! Puede que un poco esté bien, pero aquello era algo que no podía soportar.
 -Pues mira que lo disimulasteis muy bien.
-Ya. Vos sabéis que yo soy una buena actriz. -Ginebra sonrió al pensar en ello.
-Y yo soy la actriz más…patosa del mundo.-dijo Nereida mientras se le caían algunos cosméticos. Se echó a reír y se levantó mientras los recogía. Bueno, creo que deberíamos bajar a desayunar ya. Madre nos estará esperando.
-Estoy segura de que ahora nos endilgará una charla.
-¿Sobre encontrar maridos?
-¡Por supuesto! ¿De qué otra cosa os creíais que iba a ser?
-Bueno, pues para decir que está muy orgullosa de nosotras, por ejemplo. Anoche estuvimos magníficas.
-Eso lo primero. Pero después querrá…y yo no quiero casarme todavía.
-¡Bah! No te preocupes todavía por eso, no tienes más que dieciséis años.  Madre preferirá que se casen las mayores primero, así que aún tenéis tiempo, un par de años, quizá, para encontrar el amor…si es que existe eso.
-¡Ya lo creo que sí! Siempre sois tan pesimista en ese asunto…dios creó este mundo por algo, y estoy segura de que cada uno de nosotros tiene a alguien, a su alma gemela…pero es tan difícil encontrarla…
-El amor es como un juego de azar, supongo-dijo Nereida mientras ambas chicas caminaban por el pasillo del castillo hacia el comedor. El pasillo era bien largo, por lo que tardaría un buen rato en llegar.-pero con demasiadas probabilidades de perder. Aún así, se supone que en el cielo te estará esperando.
-A no ser que hayas sido una chica mala…-dijo Ginebra aguantándose la risa.
-Entonces tú lo llevas crudo, al menos eso es lo que diría madre si le preguntásemos.-dijo Nereida frunciendo el ceño, pero sonriendo levemente.
-En este mundo cualquier cosa es pecado,  al menos eso es lo que dicen todo, cuando en realidad el demonio se pasea por las mentes de aquellos que hacen del mundo un lugar tan… ¡cruel!
-Todo depende de cómo lo veamos. Todavía no has visto nada.
-¿Y tú?
-Yo, tampoco.-por unos instantes Nereida pareció sumida en sus pensamientos, como si estuviese recordando algo importante, pero luego se echó a reír.-¡Vamos deprisa que madre nos estará esperando!
 Ambas chicas se sonrieron y salieron corriendo.
 Y allí estaban ya todos en la mesa. Cuando las hermanas entraron por la puerta se dieron cuenta de que faltaba alguien. Su padre, el rey Raimundo.
-Buenos días madre-dijeron ambas chicas haciendo una reverencia.
-Buenos días hijas mías. Sentaos. –al parecer no habían llegado tarde. Dayana se levantó y saludó a sus hijas con una inclinación de cabeza, para luego volver a sentarse.
 Luna, la hija de Clara (que en paz descanse) iba de un lado para otro sirviendo los platos, con una eficacia que complacía mucho a la reina. Nereida le echó un rápido vistazo antes de sentarse. ¡Parecía tan joven! Demasiado joven para sus quince años recién cumplidos.
 Todas las chicas permanecían en silencio, preguntándose dónde estaría su padre. Pero antes de que ninguna preguntase nada, Dayana habló:
-He de anunciaros, hijas mías, que vuestro padre salió anoche para resolver unos asuntos urgentes de Estado. Una posible guerra, pero no me han dicho nada seguro, porque todo ha sido muy repentino. A medida que transcurra el día nos irá llegando más información.
 Las chicas se miraron unas a otras muy preocupadas.  Cada vez que su padre salía a resolver asuntos de guerra tenían un poco de miedo. Era el rey, pero en cualquier momento podía decidir luchar. Y si luchaba era posible que lo mataran.
 -Vuestro padre estará bien. Estoy segura de que este asunto se resolverá en unos pocos días, y entonces vuestro padre regresará a casa.-Dayana les sonrió a sus hijas con seguridad, dándoles a entender de que estaba segura de lo que decía, pero en el fondo tenía miedo. Les había estado ocultando información, el asunto era mucho más grave de lo que parecía. Dayana temía por Raimundo, y ya rezaba para que no le pasara nada. Pero por lo menos traía también otras noticias aquella mañana.
-Pero tengo buenas noticias. Vuestra hermana Anne regresará la semana que viene. Su viaje espiritual toca a su fin.
  Eso ya les levantaba algo el ánimo. Se oyó un murmullo en la mesa, a veces exclamaciones de alivio y de alegría. Echaban mucho de menos a Anne.
-¡Qué ganas de verla de nuevo!-dijo la pequeña Bellatrix, quién apenas hablaba pero quién quería a Anne más que a nadie.
-Yo sólo espero que no haya conocido a nadie en su viaje.-se le escapó a Yvette.
-¡Yvette!-la regañó Dayana.
-Lo siento madre. 
-Es demasiado pronto para eso-dijo Angélica. –Anne será una de las últimas en casarse.
-¿Tan segura estáis?-dijo Nereida mientras le pasaba la sal.
-Sí. Porque yo lo digo. Y si yo lo digo es que será verdad.-respondió ella con una sonrisa socarrona.
 Las chicas se echaron a reír. Entonces Adriana le preguntó a su madre.
-¿Tenemos un compromiso especial para hoy?
-Hoy no, hoy podéis hacer lo que queráis. Pero este fin de semana habrá otro baile.
-¿Tan pronto? ¡Estoy agotada del de ayer!-dijo Inés ocultando un bostezo.
-Creo que te dará tiempo de recuperarte…si no te echar a dormir demasiado, dijo yo. ¡Eres tan perezosa!-dijo Angélica.
  El resto del desayuno transcurrió así, entre risas y bromas. Algunas eran forzadas, todas ellas intentaban olvidar su preocupación aunque fuese por un rato.
 Entonces llegó Luna:
-¡Princesa Nereida! ¡Ha llegado una carta para vos!
-¿De quién?-dijo ella acercándose a la joven algo agitada, como si aquel no hubiese sido ni el momento ni el lugar adecuado para que Luna le anunciase semejante cosa.
-No sé, yo no sé leer-Luna le dio la carta y se retiró cuando le dieron el permiso.
-¿De quién la carta, Nereida?-le preguntó Dayana con curiosidad.
-Pues…-Nereida leyó el remitente de la carta y se esforzó en mantener la compostura, cosa que había aprendido de su madre y que hacía de maravilla. Nereida tenía unos modales muy parecidos  a los de su madre, un refinamiento que había nacido con ella, eso sin contar los aprendidos.-de una amiga del internado. Una buenísima amiga. ¿Puedo ir a mis aposentos a leer la carta?
-Por supuesto-concedió Dayana, marchándose a cumplir con sus deberes reales, pero seguida por la pequeña Bellatrix, quién en esos momentos se aferraba a su muñeca y pensaba en su próxima poesía. No le pidió la carta la leer ella misma el remitente ni nada por el estilo. Ella siempre se fiaba de la palabra de Nereida.
  Así que Nereida se marchó a su habitación  algo agitada, mientras Ginebra e Inés la miraban de reojo. Tenían intención de interrogarla nada más salir de sus aposentos.
-Voy a salir a caballo.-dijo Ginebra. -¿Os venís?
-Yo no. Prefiero irme a leer un rato-dijo Inés. –Y Adriana creo que también.
-¡Dios, como me conoces! Pero pienso coger ese libro que tú odias tanto. Y no dejaré que me molestéis con vuestras bromitas, ¿os enteráis?-dijo la aludida señalándola con un dedo.
-Por supuesto.-dijo Inés poniendo cara de quién no ha roto nunca un plato en su vida.
-Pues creo que las demás sí que nos vamos contigo. Hace tiempo que no monto en mi Blacky.
 Dicho y hecho las chicas salieron a montar a caballo por el bosque. Mientras tanto, Nereida leía la carta en su habitación, tumbada en su cama, memorizando cada detalle, como si tuviese miedo de olvidarlo.
      Querida Nereida:
 No estoy seguro de si registrarán esta carta, por eso no la he firmado. Pero estoy seguro de que sabrás quién soy, por mi letra.
 Sé que te preguntarás como estoy, o si he vuelto a casa. Estoy bien, pero no me atrevo a regresar a casa todavía. No me veo capaz de enfrentarme todavía a lo que pasó aquella noche, a pesar de que ya me he recuperado de mis “heridas”.
 Tú has sido más fuerte que yo. Lograste hacer que no perdiese el norte, que no buscase la muerte. Que viese una pequeña luz en el horizonte, un rayito de esperanza que, por muy pequeño que sea, ya es algo.
 De todos modos tú y yo sabemos que las cosas no mejorarán demasiado. Pero mientras pueda pensar en ti, sé que este tiempo tendrá un sentido. Me da igual lo que venga después.
 ¿Y Julian? Julian sigue igual que cuando nos marchamos, sólo que ahora se ha marchado a buscar su camino, a seguir los pasos de quién nosotros nos sabemos. Me gustaría hacer algo por él, pero creo que ya es demasiado tarde…al menos para que tú o yo podamos hacer nada.
 No tengo más tiempo, he de irme, así que terminaré esta carta mandándote recuerdos. Te echo de menos, estoy deseando volver a verte. Espero que mi sueño se cumpla algún día.
 Y ahí terminaba la carta. No llevaba firma ninguna. Nereida la leyó varias veces más, para memorizársela, y luego la rompió en mil pedazos, para echarla después al fuego. La carta no daba demasiado información para quién la leyese, pero prefería no arriesgarse.
 Entonces suspiró y se sentó en su tocador. Miró su imagen en el espejo, su piel pálida, su reluciente pelo negro y sus ojos brillantes.
 Ella también le echaba de menos. Más de lo que él pensaba.
¡Pero no había que preocuparse ahora! Se dio varios toques en las mejillas y se dispuso a salir fuera con sus hermanas…

Era una noche que no estaba iluminada más que por la luna llena. Una noche perfecta, pensó ella nada más salir de la mansión. Se limpió la sangre de los labios y salió corriendo.
 Ahora podía correr todo lo que quisiera. Se sentía más libre que nunca, era una diosa que viviría para siempre y que haría lo que quisiera.
 Corrió durante poco tiempo, el suficiente para llegar a las afueras del reino. Echaba de menos su hogar, hacía casi dos años que no regresaba a él. Pero ahora… ¿debería regresar? ¿Debería abandonar a su familia, a pesar de todo?
 Tenía que pensarlo muy seriamente. Dejó de correr y caminó por el frondoso bosque, que bajo la luz de la luna tenía un aire misterioso, mágico, que parecía llevar en sí muchos secretos.  Acababa de despertar, era joven. ¿Estaría preparada?
  Muy pronto supo que no. Al menos no todavía. No tenía por qué abandonarlos aún, no pasaría nada porque regresase a cada durante varios años. Su familia la quería, y nada pasaría, porque no quebrantaba ninguna de las leyes de su mundo. Podía regresar si quería durante un tiempo, siempre y cuando tuviese cuidado. Mucho cuidado. Pero ella lo tendría, era poderosa, sabrá hacerlo.
 Así que sonrió y emprendió el camino al castillo. De vuelta a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario