Media hora después del incidente, Nereida se alejó de la pista de baila y buscó con la mirada a Julian. Y efectivamente, el muchacho ya la estaba esperando para aquel entonces, apoyado en un árbol, y con una sonrisa pícara en el rostro.
-¿Se puede qué hacéis aquí?-siseó Nereida furiosa mientras se acercaba a él.-¿Acaso no recordáis lo que acordamos?
-Menuda bienvenida, ¿no? Por lo menos podríais haberme saludado.-dijo Julian mientras se miraba las uñas distraídamente.
-Ah, de acuerdo, entonces saludos, pedazo de patán-dijo Nereida mientras hacía una reverencia burlona-¿Mejor?
-No, pero ya sabéis lo que quiero decir.
-Pues ya estáis contestando a mi pregunta.
-Sólo venía a ver a una vieja amiga, princesa Nereida, ¿es qué acaso no lo recordáis?
-Algo os traéis entre manos. De eso estoy segura-replicó Nereida, agarrándose las manos para no tener que darle un bofetón al muchacho, cosa que estaba deseando.
-Nada que vos no sepáis ya-Entonces Julian se acercó a Nereida, cogiéndola por la cintura y acercando su cara a la suya, hasta quedar a sólo unos pocos centímetros.-¿Acaso no le habéis contado a vuestra familia los buenos tiempos que pasamos allí?
Nereida luchó por separarse de Julian, pero era imposible, él la tenía muy buen agarrada. Entonces dijo entre dientes:
-¿Buenos tiempos? ¡Ojalá pudiera olvidarlos para siempre! Y ahora… ¡soltadme, o comenzaré a gritar!
-No podríais. De todos modos no tengo intención de haceros nada. Eso ofendería a quién tú ya sabes. –dijo Julian soltándola, sonriendo de satisfacción al ver el rostro anhelante de ella.
-¿Sabes dónde está?
-No. Ni aunque lo supiera os lo diría.
-¡Seréis…!
Mientras Nereida y Julian discutían acaloradamente en el jardín de flores, Dayana observaba la boda con satisfacción. Todo había salido a pedir de boca, exceptuando un par de cosas, como el nerviosismo de Nereida, que no tenía ni idea de a qué se debía, y a otro invitado sorpresa que, aunque había sido invitado a la boda, ella no se hubiese esperado jamás que asistiera.
Era uno de los acompañantes de los invitados. Todo iba a pedir de boca cuando de repente lo vio. Estaba allí, charlando con un amigo. Al principio tuvo que entrecerrar los ojos para verlo mejor, para creerse lo que veía. Pero era él. ¡Era él!
Dayana no podía creérselo, ¿qué demonios hacía él aquí? ¡Hacía tantos años que no lo veía! Muchísimos, dieciocho años, más concretamente, desde que ella…
La reina no sabía qué hacer. Pero entonces decidió que lo mejor era armarse de valor y enfrentarse a los problemas, así que se acercó a él y le saludó.
-Saludos, Jean. Cuánto tiempo.-dijo con una sonrisa fingidamente educada, pero nerviosa.
El general se giró para mirar a la reina, e ipso facto hizo una reverencia educada. Él no parecía haber cambiado demasiado con los años. Era ahora un hombre de mediana edad, con canas y barba larga, pero seguía conservando su atractivo, con aquel pelo negro que tanto se parecía al de Nereida, aquel rostro perfecto y aquella encantadora sonrisa que encandiló a Dayana hacía ya tanto tiempo. Parecía muy sorprendido de ver también a la reina. Sorprendido de ver cuánto había cambiado, ya no era aquella adolescente con la que había compartido tantísimas cosas.
-Su Alteza, cuánto me alegro de veros después de tanto tiempo…os habéis vuelto muy hermosa desde la última vez que pude veros.
-Gracias Jean.-dijo la reina. Al principio ninguno de los dos sabía muy bien cómo abordar el tema del pasado, les resultaba demasiado difícil tener que hablar de ello. Pero de hecho lo harían.
Al principio lo único que hicieron fue hablar de cosas banales, mundanas, de toda la vida. Y mientras hablaban cada uno estaba sumido en sus pensamientos. Dayana entonces se planteó si decirle a Jean la verdad, ahora que Raimundo había fallecido…Nereida tenía derecho a saber la verdad. Tarde o temprano tendría que saberla, no era justo para ella mantenerla en aquella ignorancia.
Tampoco lo era para Jean.
Por eso mismo reunió el valor para decirle la verdad a Jean.
-No sé cómo os irá ahora…pero he de confesaros algo. ¿Podemos salir al jardín a hablar un momento?
-Por supuesto, Majestad-respondió Jean. Y entonces ambos salieron al jardín de flores.
-Jean… ¿recordáis lo que pasó…la última vez que estuvisteis aquí?
-¿A qué os estáis refiriendo exactamente?-Jean sabía perfectamente a lo que se estaba refiriendo Dayana, pero quería que lo mencionase ella. Él recordaba incluso mejor que ella lo que había pasado entre ellos, a pesar de que había rehecho su vida.
-Pues a lo que pasó entre nosotros…-dijo Dayana con un hilo de voz.
-Ah, sí…lo recuerdo como si fuese ayer. Fueron buenos tiempos, ¿no cree?
-No puedo arrepentirme…pero he de confesaron algo.
-Decidme.
-Después de que vos os fuerais…-Dayana se interrumpió al oír unas voces airadas al otro lado del jardín. Reconoció una de las voces y condujo a Jean hacía allá.
Y allí se encontraron con Nereida y Julian discutiendo acaloradamente. Al parecer Nereida había logrado romper la aparente serenidad de Julian, cosa que le daba cierta satisfacción.
-¿Acaso creéis qué…?
-Eso ya no importa, Julian. No pienso dejar que traigas aquí nada del pasado…y ahora…regresaré a la fiesta.-el rostro de Nereida adoptó su serenidad habitual mientras se alejaba de Julian, dejándole con la palabra en la boca. Cogió unas cuantas flores y se las puso en el pelo, guardando otras para Angélica y para Bellatrix, y encaminó el regreso a la fiesta. Dayana señaló a la joven mientras decía:
-¿Veis a esa joven? Sí, a Nereida. Pues…-le costó un poco decirlo, pero sabía perfectamente que era la hora de ir al grano, y cuanto antes.-es vuestra hija.
-¿QUÉ?-gritó Jean sin poder evitarlo. Aquello le había cogido desprevenido.
-Poco después de que vos os marcharais me di cuenta de que me había quedado embarazada. Y sé que el bebé era vuestro, pues yo no había…mantenido relaciones con mi esposo es bastante tiempo. Ya recordara vos como estábamos por entonces…además… ¡observadla! Posee vuestro mismo cabello, vuestro mismo rostro. Nereida es igual que su padre. Y tiene su sensatez.
A Jean no le costó demasiado tiempo creérselo. A decir verdad, era evidente, si uno se fijaba bien en Nereida se daría cuenta de cuánto se parecía a Jean. Era algo que saltaba a la vista.
-Entonces…es…mi…hija… ¿Creéis que tendríamos que decírselo?
-Ya lo he pensado. Al principio no quería hacerlo, pero ahora que Raimundo ha fallecido…sé que ella ya no está en peligro. Tiene derecho a saberlo. No sé por qué pienso esto, no es propio de mí, pero sé que es lo mejor para ella.
-Entonces… ¿cuándo se lo decimos?-dijo Jean, aún sorprendido.
-Ya os avisaré, será dentro de muy poco. Quizás unos días…
-Y otra cosa… ¿quién es ese muchacho? No me dijeron que estaba invitado a la fiesta, pero Victoria dice que es muy agradable, educado a más no poder.
-¿El chico? Pues la verdad no me había fijado en él… ¿cómo se llama?
-Julian Delaga.
-Pues no estaba invitado. Creo que tendré que hablar con Nereida sobre ello también.
-Ya lo creo, porque parecían conocerse. Más agradarse no.
-Mejor.
La reina Dayana y Jean Baptiste se miraron y suspiraron. Luego regresaron detrás de Nereida a la fiesta, de lejos…
La fiesta duró mucho más de lo esperado, se extendió hacia las dos de la madrugada, qué fue cuando los novios se marcharon hacia su nuevo palacio. Las hermanas de Angélica lloraron al decirle adiós, antes de regresar a sus aposentos, felices por su hermana, pero echándola ya de menos. La nostalgia se apoderó de ellas, a pesar de que Angélica las visitaría tanto como pudiese.
Al día siguiente, Julian se volvió a pasar por el castillo. La reina, al saber esto, le mandó llamar a su despacho. Nereida lo supo también, y deseó que su madre lo echara a patadas por intruso. Si no lo hacía Nereida se sentía capaz de hacerlo ella misma, de echarla su águila para que lo matase a picotazos. Aunque sabía muy bien que no sería así. Algo le decía que las cosas no iban a salir demasiado bien.
-Y bien…-dijo la reina mirándole con frialdad-¿Quién sois vos si se puede saber?
-Mi nombre es Julian Delaga…y soy miembro de una familia que vive al sur de Holanda, mi padre era amigo del marqués de París, por eso vine con él.
-Pero no fuisteis invitado…
-Lo siento mucho, alteza. Es que él me dijo qué…
-Nada de lo que os dijera ese hombre justifica que entrarais en una boda real sin permiso alguno. De todos modos lo dejaré pasar por esta vez porque al parecer ha caído en gracia a muchos de los asistentes…y veo…-Dayana se sentó en su mesa, moviendo lentamente los dedos en una copa de vino vacía-que conocéis a mi hija Nereida…-sería mejor saber de él cuánto más mejor.
-Sí, por supuesto. Soy un viejo amigo suyo del internado de Alemania. Trabajé junto a otros hombres dispuestos por el rey como escolta de las chicas cuando se produzco la Guerra de la Sangre.
-¡La Guerra de la Sangre! No sabía que hubiese llegado hasta allí-dijo Dayana, sorprendida. Nereida le había contado algo de unos conflictos en Alemania, pero ella misma tampoco sabía qué clase de guerra se había producido. Una de las guerras más sangrientas que había azotado el mundo mucho tiempo atrás, pero que fue muy cruenta. Dayana se estremeció nada más recordarla. -¿Y vuestra familia…tiene títulos, por casualidad?
-Pues sí. Nuestro padre era el hermano menor del rey de Holanda.
-¿Nuestro? ¿Tenéis hermanos?
-Un hermano.-Julian hizo una mueca al recordar a su hermano. Él no conocía muy bien a la reina Dayana, pero estaba completamente seguro de que no le haría demasiada gracia saber quién era su hermano. O más bien lo que había hecho.
-¿Y dónde está?
-Se quedó en Holanda ayudando a nuestro padre. Yo vine porque quería ver a una vieja amiga…y porque quería hablar de unos asuntos de política con el rey…tardé mucho tiempo en llegar hasta aquí, pero por lo que veo he llegado demasiado tarde.
-¿Asuntos de política? Eso es extraño.
-Es sobre esto, estoy segura de que vos lo conoce.-Julian sacó un pergamino y se lo pasó a la reina, quién lo leyó rápidamente. Tuvo que sentarse de la sorpresa que se llevó. Entonces dijo:
-Muchacho, podéis alojaros unos días en palacio…esto irá para largo.-Era cierto, pero también quería conocerlo mejor, comprobar si era un buen partido para Nereida. Tendría que hacer varias investigaciones.
-Muchas gracias alteza-dijo Julian haciendo una reverencia.
-Podéis retiraros entonces-dijo Dayana.
Julian se levantó y salió de allí, con una sonrisa victoriosa en el rostro…
-Nereida, tienes que decirnos quién es él. -¿Es vuestro novio? ¿Un amante, por casualidad?
-¡Ya os he dicho que no, Ginebra! Y menos con él. Julian no es más que un patán. Juro por dios que no es más que un patán.
-¿Y eso por qué? ¿Qué ha hecho?-Ginebra cerró la puerta y se sentó en el tocador de su hermana.
-Si yo os contara…no es más que un sinvergüenza, no sé por qué habrá venido aquí, pero para nada bueno seguro. Hizo cosas muy malas con su hermano Dick, y formó parte de esa guerra tan cruenta que se celebró hace años…la Guerra de la Sangre.
Era parte de la verdad, pero ni mucho menos era toda la verdad. Nereida no habría sentido ni por asomo tanto odio por Julian si hubiese hecho solamente eso. Pero no tenía ninguna intención de contarle la verdad a su hermana, ni a nadie. Jamás de los jamases sabría nadie cuál era la triste verdad, no lo permitiría jamás. Por ellos, y sobre todo por ella. Porque lo que más deseaba ella era olvidar todo lo que había pasado, y para siempre.
Por suerte Ginebra se lo creyó aquel día. Pero aquella noche Nereida tuvo otra pesadilla:
-¿Dónde está, Julian, dónde está? Dímelo, por favor-le suplicó Nereida.
-Ha tenido que huir. Ha sido culpado de asesinato.-Julian parecía muy satisfecho.
-¿Asesinato? ¡Pero él no ha hecho nada!
-¡Sí lo ha hecho! ¡Y lo sabes!-replicó Julian. Desgraciadamente tenía razón. Aunque no había sido el único en…
-Pero nosotros…
-Nosotros recibiremos nuestro castigo a su debido tiempo.-Julian se echó a reír, antes de marcharse. Una neblina gris cubrió la visión de Nereida.
Entonces cayó en la oscuridad.
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